Por Cristian D. Adriani | Berisso Digital Investigación

Para vos, niño, que cuando naciste ya existía desde la rueda hasta la luz, el asfalto, la física cuántica y hasta internet. Naciste convencido de que todo eso es normal.
Pero hay malas noticias: no lo es.

Nada de lo que hoy das por sentado —la electricidad, el hospital, el transporte, el alimento que llega al plato, el agua que sale del grifo— se construyó solo. Todo fue pensado, debatido, inventado y sostenido por generaciones anteriores. Cada avance es una capa de historia encima de otra, como los anillos de un árbol. Pero hoy parece que se vive sin mirar el tronco.

La tribu global de lo inmediato

Vivimos en una época donde las sectas y las tribus ya no se reúnen en la selva o en la plaza, sino en la red.
Forman un ser común, digital y emocional, donde la maldad no se presenta con cuernos ni discursos violentos: se infiltra suave, disfrazada de buenas causas.
Se cuela por la rebeldía inocente, por los hashtags, por el deseo legítimo de cambiar las cosas, pero sin entender de dónde vienen.

Es una especie de colador mental, donde las ideas genuinas se mezclan con ideologías prefabricadas.
Y en esa mezcla, muchos jóvenes —y no tan jóvenes, hasta los 36 años, según el paper que todavía debo— reclaman más derechos sin preguntarse cómo se sostienen los que ya existen.
Reclaman mejoras, pero aplauden a quienes las destruyen.
Un contrapunto.
Piazzolla estaría loco. Otro viejo choto.

Viejos chotos, bases invisibles

Pero entre los viejos chotos también están Cerati, Favaloro, la obstetra y el ginecólogo que te trajeron al mundo.
No naciste al borde del río ni entre ramas, sino en un hospital público, con calefacción, luz y médicos formados durante décadas.
Y vos, que no pagaste, querés que otros paguen.
Y peor aún: ni te das cuenta, porque estás distraído con la psicodelia de la agresión que le da a tu cerebro el azúcar, las pantallas y la dopamina instantánea.

Si de viejos chotos se trata, no olvides a quienes producen los alimentos.
Esos que madrugan, que soportan impuestos, inflación y barro.
Imaginá si un día dijeran “basta”. ¿Qué comerías?
La cadena alimentaria no se sostiene con memes ni discursos, sino con manos.
El sostenimiento de las generaciones es indispensable, no solo para los países, sino para el desarrollo de las personas que los habitan.

La herencia que no se ve

Los que inventaron lo anterior —la rueda, la penicilina, la imprenta, el hospital, el campo sembrado— son tu base de desarrollo.
Y es tu obligación ser la base del desarrollo de los que vienen después.
Sin esa continuidad, no hay vida común posible.

Hoy nos dicen “divide y reinarás”.
Y lo hacen.
Nos dividen local, regional y globalmente en tribus de consumo, de identidad, de fandom, de enojo.
Nos entretienen con guerras culturales mientras los verdaderos hilos se mueven en silencio.

La pregunta no es si hay buenos o malos.
La pregunta es quién gana cuando nos peleamos entre nosotros.
Porque mientras discutimos si un viejo choto está “fuera de época”, el mundo sigue girando… sobre las ruedas que inventaron ellos.

El Legado Invisible: Sobre Viejos Chotos y Nuevos Distraídos
Abrir el grifo y que salga agua, encender la luz con un interruptor, conectarse al mundo con un clic. Damos por sentado un universo de comodidades que percibimos como “normales”. Pero, como advierte el ensayista Cristian D. Adriani, esta normalidad es en realidad una frágil construcción colectiva que depende de un esfuerzo continuo que hemos olvidado reconocer. El suyo es un viaje incómodo para explorar esta desconexión generacional y el legado invisible que sostiene nuestro día a día.
El Legado Invisible: 5 Ideas que Desafían Nuestra Percepción del Mundo
1. La civilización no es “normal”: es una construcción que olvidamos mantener
Para las nuevas generaciones, el mundo heredado parece funcionar por inercia. La electricidad, el hospital que nos recibe, el algoritmo que nos recomienda contenido o el alimento en nuestro plato son percibidos como elementos naturales del paisaje. Adriani subraya que cada uno de estos elementos fue, en su momento, “pensado, debatido, inventado y sostenido por generaciones anteriores”. La civilización no es un estado natural, sino una compleja “construcción colectiva”. Hoy, muchos viven “sin mirar el tronco” del árbol histórico que les da sombra y sustento.
2. Tu día a día depende de los “viejos chotos” que sostienen el sistema
En un gesto de provocación calculada, Adriani acuña el término “viejos chotos” para nombrar a la fuerza laboral, a menudo invisible, que mantiene el sistema en marcha. No se trata solo de inventores anónimos, sino de figuras como Cerati o Favaloro, de los médicos formados durante décadas, de la obstetra o el ginecólogo que te trajeron al mundo y, de manera crucial, de los productores de alimentos que “madrugan” y luchan contra “impuestos, inflación y barro”. Adriani plantea una pregunta devastadora: si un día dijeran “basta”, ¿qué comerías?
La cadena alimentaria no se sostiene con memes ni discursos, sino con manos.
3. Exigimos más derechos sin entender cómo se sostienen los actuales
Esta ceguera ante quienes sostienen el sistema conduce, inevitablemente, a una profunda contradicción. Adriani apunta a la tendencia de exigir nuevos derechos sin comprender la infraestructura y el esfuerzo que soportan los ya existentes. Lo más grave, señala, es reclamar mejoras pero aplaudir a quienes “destruyen los mecanismos de sostenimiento”, a menudo porque esta destrucción se disfraza de “buenas causas” o “rebeldía inocente”. El ejemplo es claro: una persona que nace en un hospital público, con calefacción y luz, pero que más tarde adopta la postura de “que otros paguen” por ese mismo sistema.
4. Heredar el mundo no es un regalo, es una obligación de continuidad
Recibir el legado de la civilización no es un acto pasivo, sino la aceptación de un contrato generacional ineludible. Logros como la rueda, la penicilina o la imprenta no son reliquias de museo, sino la “base de desarrollo” sobre la que se edifica el presente. Por lo tanto, sostiene Adriani, es una “obligación” de la nueva generación convertirse en el cimiento para los que vendrán después, asegurando que la estructura no colapse.
Sin esa continuidad, no hay vida común posible.
5. La distracción moderna es un velo que nos impide ver la realidad
Esta desconexión no es un mero descuido intelectual. Adriani sostiene que es un estado activamente cultivado por una cultura de la distracción. Describe a una generación “distraída con la psicodelia de la agresión que le da a tu cerebro el azúcar, las pantallas y la dopamina instantánea”. Esta sobreestimulación funciona como un “colador mental” donde las ideas genuinas se mezclan con ideologías prefabricadas, formando una “tribu global de lo inmediato”. Dentro de esta tribu, la malicia “se infiltra suave, disfrazada de buenas causas”, impidiendo un entendimiento real sobre el origen y sostenimiento del mundo.
Conclusión: Las Ruedas Siguen Girando
Las ideas de Cristian D. Adriani nos recuerdan que la civilización no es un destino garantizado, sino un proyecto continuo y frágil. La ilusión de un mundo automático nos divide en tribus de consumo, identidad y enojo, entreteniéndonos con guerras culturales mientras los verdaderos hilos se mueven en silencio. La pregunta final, entonces, no es si hay buenos o malos. La pregunta es quién gana cuando nos peleamos entre nosotros.
Porque mientras discutimos si un viejo choto está “fuera de época”, el mundo sigue girando… sobre las ruedas que inventaron ellos.

 

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