Durante el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO) en 2020, la cantidad de Comedores Comunitarios en la ciudad de Berisso, vio ampliada su demanda de asistencia, debido a que muchos vecinos estuvieron imposibilitados de trabajar. El Comedor Rayito de Luz de Villa Argüello, no fue la excepción. En el tiempo más crítico de la pandemia, pasaron de atender a cincuenta familias a cuadruplicar ese número.
En mayo de este año, van a hacer seis años que Betty Chávez, referente del Comedor y comerciante del barrio, junto a otras vecinas, decidieron no quedarse de brazos cruzados ante la necesidad de otros que, al igual que ellas, debían hacer frente a la crisis económica. En el caso de Betty, ella recuerda una escena que la marcó cuando trabajaba en su negocio. Un niño se puso a llorar para que su madre le comprara un yogur. La mujer trató de explicarle al chico que no podía comprárselo, pero ante la insistencia del mismo accedió, solo con la condición de que lo comiera en el baño de su casa para que los demás hermanitos no lo vieran. “En esos momentos yo me imaginé mi baño” _ dice Betty, trayendo a memoria ese día, “_mi baño no es tan feo, pero yo no comería nada y luego imaginé el de la señora que vivía en una casilla y al niño comiendo en ese lugar” recuerda, afirmando que ello la impulsó a comprometerse con los demás.
Comenzaron tirando mantas en la placita de 8 y 131, frente a donde Betty y su esposo tienen su negocio y el local que prestan para el Comedor. Esta iniciativa de canjear ropa por mercadería y hacer una copa de leche para los niños del barrio, pronto se convirtió en una cooperativa, que comenzó a incorporar en sus filas a mujeres con niños pequeños, que no podían acceder a otros trabajos. Así, fueron creciendo y de la copa de leche, pudieron armar el comedor, con lo que tenían, para que los niños pudieran sentarse y disfrutar de un yogur, o una rica merienda. Hoy son cuarenta compañeras y compañeros, que además de asistir a cincuenta familias con el almuerzo, también desarrollan otras actividades a fin de beneficiar al barrio. Los sábados, por ejemplo, les brindan apoyo escolar a quince niños que no han podido acceder a la conectividad durante el año pasado y hoy deben compensar. “Hay muchos niños que necesitan” _ afirma Betty, pero aún deben tomar en cuenta los protocolos y reducir el número a los que pueden ocupar el espacio en el salón.
También cuentan con una cuadrilla de compañeras, que limpian las calles y el Club Nueva Villa Argüello. Cada elemento que utilizan para ello, salieron de la venta de polladas y el aporte de cada integrante de la misma.
Betty y sus compañeras cooperativistas, recuerdan entre risas y emociones, los eventos que organizaron durante el ASPO. Día del padre, día del niño, día de la madre, aún las fiestas patrias, fueron fechas en las cuales las mujeres se esforzaron por darles a los adultos y niños, por igual, una posibilidad de disfrutar ese día, prestando atención a cada detalle y a los protocolos y cuidados.
La referente del Comedor, cuenta algunas imágenes que le quedaron de esas fechas. Para Pascuas, por ejemplo, pudieron conseguir por medio del Banco Alimentario, unos huevos de Pascuas “gigantes”, con los cuales sorprendieron a los niños del comedor, pero no solo a ellos, sino también a los adultos mayores que son asistidos por ellas. _“Nos mandaron mensajes de algunos adultos que lloraban emocionados porque nunca habían recibido un huevo de pascuas”_ recuerda Betty. Lo mismo para el día de la madre, donde sortearon un arreglo floral entre las asistentes al comedor, y Mabel y Luna, dos vecinas ya ancianas “parecían nenas de tan felices, agarradas a sus flores” dice Betty, “_Esa foto no me la olvido más” _ afirma, desde detrás de sus lentes y barbijo.
Mientras hacemos la entrevista, el exquisito aroma a estofado de pollo invade todo el local. En el fondo del local, en una enorme olla sobre la leña, se cocinan los garbanzos, que luego acompañarán al arroz “a la peruana”, como le dice Betty, que se cuece en un anafe grande. Cada semana, es un desafío ir armando el menú para los vecinos, desafío que no afrontan solas, sino al que se han ido sumando diferentes Fundaciones y ONGs que colaboran con el comedor. Entre ellos, la Fundación “Conectados con la necesidad”, la Fundación “Papa Francisco”, “Huerta Verde”, “CECIM”, entre otras, que hacen posible que puedan brindar un menú variado a las familias del barrio.
En la semana Oilda (que pertenece a otra asociación) y Betty van bien temprano a cosechar en las huertas ubicadas en Las Quintas, intercambiando su labor de cosecha, por algunos cajones de verduras para sus comedores. Allí trabajan, también, dos compañeras de la cooperativa junto a varias familias, que por la pandemia habían quedado varadas en aquel lugar. Y es que, si bien las cooperativistas reciben un sueldo, es insuficiente y cada una desarrolla otra actividad laboral o se está capacitando para ello. Enfermeras, una estudiante de medicina, una cuidadora de adultos mayores, ninguna pretende quedarse solo con lo obtenido hasta el momento.
_ “Tenemos que estudiar para que el estado no nos engañe” _ afirma Guadalupe Guerrero, mientras sus pequeños ojos se entrecierran y larga una carcajada por debajo del barbijo negro. Ella, por su parte, está cursando la Diplomatura en Promoción de Salud, producto de la gestión del Centro Universitario de Extensión de la UNLP y en pocos días recibirá su certificado, por haber finalizado el primero de los tres años que dura la capacitación.
Los proyectos para más adelante están latentes: organizar un micro emprendimiento de tejido, armar un curso de pastelería infantil, llevar capacitaciones para los niños y adultos del barrio, proyectos que parecen lejanos aún, como quizás algún día lo pareció la idea de tener el comedor.
Una mano lava la otra, y entre comedores se ayudan mutuamente para conseguir los recursos, intercambiando mercadería, compartiendo los contactos y así, poder hacer frente a la tarea de asistir a los vecinos de distintos puntos de la ciudad. _ “La pobreza, la necesidad, nos unió más aún” _dice Betty, refiriéndose a todos los que de una forma u otra están en el mismo camino que ellas, enfrentando las mismas dificultades y con un objetivo en común: el otro.
Preparativos para el almuerzo destinado a la comunidad de Villa Arguello
Solidaridad en tiempos de Covid 19
Luego de que se decretara el ASPO en nuestro país, las cooperativistas del Comedor Rayito de Luz, de Villa Arguello, vieron cómo, de cincuenta familias, se elevaba a casi doscientas, el número de los que asistían. A la dificultad de no poder trabajar se sumaba, en algunos casos, ser pacientes de riesgo que implicaba la imposibilidad de acceder a cualquier tipo de ayuda. Y en el caso del comedor, al desafío de conseguir los recursos para atender a tamaña cantidad de personas, se le agregaba la desinformación y el temor ante una enfermedad nueva.
Las “chicas”, como las llama Betty, no dejaron que el temor a lo desconocido se interpusiera en su labor y continuaron sirviendo el almuerzo dos veces a la semana, y, además, algunas se sumaron como voluntarias a la labor del Club Nueva Villa Arguello, los fines de semana. Los protocolos impedían que recibieran a la gente dentro del salón, por lo cual, en pleno invierno y de noche, se las ingeniaron para hacerles alguna bebida caliente; un café, un chocolate acompañado de tortafritas, para que la espera de la fila que llegaba hasta la otra cuadra no fuera tan terrible. Además, les agregaban a las viandas algún postre preparado por ellas mismas.
Pero en todo ese proceso, el temor de contagiarse o contagiar a sus familias estaba presente. “No conseguíamos alcohol en gel, ni guantes” _ cuentan, ahora entre risas, pero en su momento con desesperación. _ “Habíamos puesto un nylon en la puerta del comedor y por ahí les entregábamos la comida” _ recuerda Betty. También les acercaban alimentos a los vecinos que eran diagnosticados con covid 19 en el barrio. _ “Les dejábamos las bandejas en la puerta y los llamábamos por teléfono desde el auto para avisarles. Una vez que salían a buscarla, nosotras nos íbamos” _ comenta la referente del comedor. No comían nada mientras trabajaban en el comedor, por miedo a contagiarse. Betty, llegó a adelgazar varios kilos, de la preocupación y de la falta de información acerca de los riesgos verdaderos de transmisión del virus por los alimentos.
Entonces, en medio del ASPO, surgió la iniciativa de hacer un curso destinado a ollas, comedores y merenderos, por parte del Departamento de Seguridad Alimentaria y la Secretaría de Salud de la Municipalidad de Berisso. En esa capacitación, y de la mano de la exsecretaria de Salud Rita Hernández y Cristian Adriani, las cooperativistas recibieron la información necesaria para poder manipular los alimentos y sacarse todas las dudas y temores. _ “Dejamos de usar los guantes, porque nos creaban una falsa sensación de seguridad y nos acostumbramos a lavarnos las manos continuamente” _ comenta Guadalupe Guerrero. Además, fueron adoptando diferentes medidas de higiene y protocolos que conservan hasta hoy día, ya que a pesar de que la ellas ven que muchos se han relajado, prefieren seguir cuidándose y cuidando a la gente que se acerca al lugar.
Talleres con la comunidad sobre manejo seguro COVID y alimentos
Entrevista con Bety Chavez y su grupo de trabajo