Quienes conocemos Berisso sabemos guardar memoria. Reconocer a sus personalidades —escritores, poetas, periodistas, filósofos, deportistas, profesionales, docentes— es un acto de justicia. Pero también lo es recordar a aquellos rostros anónimos que, sin destacarse en lo social o cultural, tejieron la trama cotidiana de este pueblo: Tincho, Siete Sacos, Irigoyen —el vendedor de diarios que pregónaba su “¡Plata, Plata!”— y tantos otros.

TINCHO

Mi querido amigo Pelusa Pistonesi me cuenta: “Tincho dormía bajo el puente de madera de la calle Montevideo, donde hoy está la oficina de turismo. Había un kiosco allí, y él se refugiaba bajo sus tablas. Mi madre, Delia, vivía cerca de la heladería Nueva York, y Tincho solía ofrecerse para hacer mandados; era un alma servicial. Paseaba por el bar Sportsman, donde actuaban Marrone y otros artistas”.

Era un croto de aquellos tiempos, quizá fallecido en los años 60. Roberto Yotoff —otro amigo entrañable— lo recuerda durmiendo en los bancos frente a la Escuela 52: bajito, barbudo, vestido con un traje marrón claro y bufanda.

IRIGOYEN

Tito Castro evoca cómo su padre, Jesús Castro —sastre de oficio—, le confeccionó un traje que Irigoyen jamás se quitaba. Recorría la calle Montevideo hasta la heladería Nueva York cargando diarios sujetos con una correa gruesa de cuero. Llevaba un sobretodo oscuro y largo, y caminaba torcido, ya fuera bajo el peso de los periódicos o sin ellos.

Tenía un gesto peculiar: se rascaba cuando no llevaba los diarios, y eso le provocaba carcajadas.

CALDERÓN, LAZZATI Y EL HOMBRE SANDWICH

Calderón fue otro personaje trágico: murió aplastado por una máquina en el puerto, intoxicado por el alcohol. Lazzati, en cambio, quedó en la memoria como una sombra más de aquellas décadas.

Y luego estaba el Hombre Sandwich, quien llevaba un cartel pintado por Crespo —compañero de Kirilovsky— para promocionar comercios. “Era una figura móvil de la publicidad de entonces”, añade Yotoff.


𝗔𝗟𝗠𝗔 𝗗𝗘 𝗦𝗜𝗘𝗧𝗘 𝗦𝗔𝗖𝗢𝗦

No me llames croto, ni mendigo…
Dime Toto, si quieres, o Siete Sacos.
Y si me ofreces un cigarrillo,
que no sepa a pasto, por favor:
acostumbro fumar los mismos que vos.

Tampoco hurgo en la basura.
Pero si algo de tu plato sobra,
¡convídame!
Lo aceptaré con gratitud.
Y si me miras a los ojos,
no apartaré la vista:
te devolveré una mirada sincera,
porque al verme,
quizá te veas a ti mismo.

¿Que fui ingeniero o médico?
¿Qué importa ya?
Dicen que soy mudo,
pero no callo:
yo miro, yo siento…

Siento el río que acaricia los canales,
manos fértiles de esta ciudad,
que me cuentan historias
de sangre inmigrante y nobleza.
Escucho el repique de los adoquines,
sus leyendas de tranvías,
de carros cargados de quiniela
y pan recién horneado.

Soy un soñador
que guarda secretos de amor
en cada banco de plaza,
en cada arrebol del ocaso.

No me llames croto, ni mendigo…
Dime Toto, o Siete Sacos.
Soy de Berisso, parte de su paisaje.
Soy, sin que lo sepas,
como la ciudad misma:
un alma cansada,
pero con la mirada intacta,
llena de futuro y dignidad.

Anton C. Faya, “Escritos”


 

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