El Eterno Misterio del Poder Inmerecido
¿Alguna vez ha observado al político estúpido que grita como si tuviera razón, al jefe que parece confundido la mayor parte del tiempo, y se ha preguntado: “¿cómo demonios llegó hasta ahí?”? Esa sensación de ver a individuos cuya torpeza se vende como “autenticidad” tomando decisiones cruciales no es un accidente ni un problema moderno. Es un patrón tan antiguo como la civilización, explicado por siglos de agudas observaciones filosóficas y confirmado por la investigación psicológica actual. Este fenómeno no ocurre porque el sistema esté roto; ocurre porque el sistema funciona exactamente como fue diseñado. A continuación, exploraremos las cinco sorprendentes razones por las que los mediocres a menudo ascienden mientras los más capaces se quedan al margen.
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1. Los más brillantes se retiran voluntariamente del juego
El primer motivo es contraintuitivo: las personas más capaces a menudo eligen no participar. El filósofo Aristóteles lo explicó con el concepto de eudaimonía, la búsqueda del florecimiento humano a través del aprendizaje, la creación y el dominio de uno mismo. Para los individuos dedicados a esta vocación superior, el poder no es el objetivo final.
Su decisión es un rechazo activo a participar en un juego diseñado para premiar las apariencias sobre el contenido. Los rituales del ascenso político —formar alianzas, complacer a las multitudes, manipular emociones— son vistos como una distracción de su verdadero llamado. En lugar de intentar controlar a otros, prefieren dedicarse a dominarse a sí mismos o a construir cosas que el mundo aún no comprende en laboratorios y universidades. De esta forma, se crea un vacío de poder no porque los brillantes sean expulsados, sino porque voluntariamente abandonan el escenario en busca de un propósito más elevado.
Para aquellos que aspiran a la eudaimonía, el poder político es visto como una distracción, no como un destino.
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2. La sociedad no busca al mejor líder, sino al más cómodo
El instinto principal de una sociedad no es maximizar la excelencia, sino garantizar su propia supervivencia. Aristóteles argumentó que los líderes visionarios o excesivamente brillantes suelen ser percibidos como una amenaza. Desafían las normas establecidas, cuestionan reglas que la mayoría da por sentadas y avanzan a un ritmo que el colectivo no puede seguir.
Aristóteles usó una metáfora poderosa: el líder no es el “cerebro” del cuerpo social, cuya función es inventar, sino el “corazón”, cuya misión es mantener el pulso y el ritmo que sostiene al organismo unido. Los líderes mediocres son elegidos porque actúan como amortiguadores: suavizan el golpe del cambio demasiado veloz y convierten la complejidad en comodidad. Se elige a quien refleja la identidad del grupo, a quien se siente familiar y promete estabilidad. El sistema, por lo tanto, no está roto; está diseñado para protegernos de la genialidad, una elección que garantiza la cohesión a costa de condenarnos a un progreso glacial.
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3. El poder es un teatro y los incompetentes suelen ser mejores actores
Nicolás Maquiavelo, con una honestidad brutal, explicó que en la arena del poder, parecer virtuoso y competente es mucho más importante que serlo. El liderazgo es una especie de teatro donde el público prefiere a un actor fuerte antes que a un director sabio.
Los individuos incompetentes a menudo son excelentes en esta actuación. Pueden proyectar una confianza inquebrantable precisamente porque no están agobiados por las complejas dudas y los matices que atormentan a las mentes reflexivas. Esto crea una peligrosa desconexión: las habilidades necesarias para ganar el poder (carisma, actuación) son distintas a las necesarias para ejercerlo con eficacia. En este sentido, el sistema en sí premia la incompetencia disfrazada de fuerza. Esta habilidad para la actuación se ve peligrosamente reforzada por un sesgo psicológico que Maquiavelo solo pudo intuir, pero que la ciencia moderna ha confirmado: la ignorancia a menudo produce una confianza arrolladora.
Todos ven lo que aparenta ser pocos sienten lo que eres.
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4. La ignorancia genera una confianza que a menudo confundimos con capacidad
La psicología moderna ha confirmado lo que los filósofos sospechaban: existe una relación directa entre la ignorancia y la confianza. Este fenómeno se conoce como el efecto Dunning-Kruger, que postula que las personas con bajas habilidades tienden a sobrestimar su propia capacidad. Simplemente, carecen de la competencia necesaria para reconocer su propia incompetencia.
En contraste, los individuos altamente competentes son más conscientes de la inmensidad de lo que no saben, lo que puede hacerlos parecer más dubitativos. Este sesgo psicológico alimenta perfectamente el “teatro político”. El público, incapaz de evaluar la competencia real, a menudo confunde la confianza desbordante del ignorante con una señal de verdadera capacidad y liderazgo. Como observó Charles Darwin, esta dinámica es una constante en el comportamiento humano.
la ignorancia engendra más frecuentemente la confianza que el conocimiento.
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5. La advertencia final: Un futuro donde la estupidez es la norma
La película Idiocracy ofrece una visión satírica pero escalofriante de las consecuencias finales de estas tendencias. Narra la historia de Joe Bowers, un hombre de inteligencia promedio de nuestra época que es congelado y despierta 500 años en el futuro para descubrir que es la persona más inteligente del planeta.
La sociedad futura es un mundo donde la humanidad se ha vuelto profundamente estúpida porque los ignorantes se han reproducido sin control. Los cultivos se riegan con una bebida deportiva porque “tiene electrolitos”, el programa de TV más popular muestra “accidentes ridículos y dolorosos”, y el cine más popular, llamado “Trasero”, proyecta imágenes de glúteos durante 90 minutos. El abogado que le asigna el tribunal es el mismo hombre cuyo apartamento destrozó al despertar: Frito Pendejo. Esta distopía es el resultado final: un mundo donde los brillantes se retiraron (1), la sociedad eligió la comodidad de los electrolitos sobre la excelencia de la ciencia (2), los líderes son meros actores de entretenimiento (3), y la confianza de los ignorantes se convirtió en la única medida de la verdad (4).
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Conclusión: ¿Actores o Arquitectos de Nuestro Futuro?
La razón por la que los incompetentes a menudo llegan al poder no es un fallo, sino el resultado de un sistema perfectamente diseñado. La retirada de los más brillantes crea un vacío que la sociedad, en su búsqueda de comodidad, llena con buenos actores, cuyo éxito se ve amplificado por el sesgo psicológico que nos hace confundir su confianza con capacidad. El sistema no premia necesariamente al mejor, sino al que mejor encaja, al que actúa con más seguridad y al que ofrece la ilusión más reconfortante.
Sabiendo que el sistema está diseñado para la autoconservación a través de la mediocridad, ¿estamos condenados a ser meros espectadores en el teatro del poder, o podemos convertirnos en los arquitectos de un sistema que valore la sustancia antes de que la función finalice?