La Dictadura de la Inmediatez: cuando la música deja de respirar
Reflexiones sobre el presente de la cultura musical y el tiempo perdido en la era del algoritmo
Por Cristian D. Adriani – Berisso Digital Cultura
Grabar y compartir sesiones largas, de una hora o más, se ha convertido casi en un acto contracultural. No por una cuestión técnica, sino por el clima de época. En cada sesión extensa hay un intento de construir un viaje musical: una narrativa sonora que se desarrolla con pausas, transiciones, tensiones y momentos de liberación. Pero esa experiencia —que durante décadas fue la esencia misma de la música electrónica, del jazz, del rock progresivo o incluso de la milonga— parece tener cada vez menos lugar en la sociedad actual.
Las estadísticas son frías y elocuentes: esos trabajos largos apenas logran un 1 % del alcance de los vídeos breves donde simplemente se mezclan dos o tres temas. La diferencia no radica en la calidad ni en el talento, sino en un fenómeno más profundo y preocupante: la pérdida colectiva de la capacidad de atención.
Vivimos inmersos en una lógica que nos empuja a consumir rápido, sin detenernos, sin profundizar. Las canciones comerciales hoy duran en promedio entre 2:30 y 3:00 minutos. Y no es casualidad: detrás de esa reducción hay estudios de mercado, métricas, análisis de comportamiento y algoritmos diseñados para maximizar la retención por segundos. La industria musical sabe perfectamente cuándo el oyente empieza a aburrirse, cuándo pasa al siguiente contenido y cómo mantenerlo atrapado en un flujo interminable de estímulos.
El resultado es una música pensada para la distracción, no para la emoción. Canciones cortadas al milímetro para que encajen en un reel o en un short, con un estribillo inmediato y una base que no incomode. Lo que antes era un espacio para explorar y dejarse llevar —una sesión, un disco conceptual, una obra extendida— hoy parece un exceso, algo “no rentable” en términos de atención digital.
En plataformas como YouTube, el formato largo se ha vuelto casi invisible. Los algoritmos privilegian lo instantáneo, lo que puede retener apenas unos segundos, lo que invita a deslizar, reaccionar y seguir. Y en ese mar de microimpactos, el arte que necesita tiempo se ahoga. La música, un lenguaje que respira, que se despliega con matices, se ve empujada a comprimirse en cápsulas de inmediatez.
Lo más preocupante no es solo la pérdida de espacio para los creadores, sino la transformación del propio público. El oyente contemporáneo ha sido entrenado para la impaciencia. Si una introducción dura más de veinte segundos, si no ocurre “algo” enseguida, pasa a otra cosa. Esa urgencia constante borra la posibilidad de descubrir algo nuevo, de sorprenderse, de dejar que la música haga su trabajo interior.
Muchos DJs, productores y músicos lo saben, y se adaptan. Ya no se busca contar una historia, sino generar el impacto viral. La sesión deja de ser una experiencia para convertirse en un escaparate. Se privilegia el fragmento que “rompe” en redes, el momento que puede circular como clip, el segundo que garantice likes y reproducciones. La profundidad se sacrifica en el altar de la visibilidad.
Pero tal vez este fenómeno musical sea solo una cara de algo más grande. La aceleración no afecta solo al arte: atraviesa la política, los vínculos, la educación y la vida cotidiana. Queremos todo ya. Todo breve, resumido, explicable en 15 segundos. Nos incomoda el silencio, el vacío, la espera. Sin embargo, la música —como la vida misma— necesita tiempo para respirar.
Conviene preguntarse qué estamos perdiendo al abandonar esa pausa. Porque hay emociones, historias y aprendizajes que solo emergen cuando se les da espacio. Escuchar una sesión larga, un álbum completo o una obra extendida no es una pérdida de tiempo: es una experiencia de recuperación del sentido. Un acto de resistencia ante la dictadura de la inmediatez.
Quizás sea hora de volver a escuchar con atención. De apagar el algoritmo por un rato y dejar que la música haga lo que mejor sabe hacer: acompañarnos en un viaje que solo ocurre cuando no tenemos apuro por llegar.