Humor, lenguaje y reconstrucción simbólica
de la Era del Grotesco por Cristian D. Adriani
El humor es un campo privilegiado para observar las transformaciones culturales contemporáneas. Mientras que en décadas anteriores existía un humor inteligente, con capacidad crítica, juego del lenguaje y densidad simbólica —piénsese en Les Luthiers, Fontanarrosa, Tato Bores o los guiones de Alejandro Dolina—, en la actualidad predomina un humor inmediato, grotesco, repetitivo, muchas veces ofensivo o carente de contexto.
Esta mutación no es casual: el humor también se volvió un producto del algoritmo. Lo que importa no es la complejidad del chiste, sino su capacidad para viralizarse. Por eso abundan los memes que apelan a lo básico, al impacto rápido, a veces a la crueldad. Pero esta banalización no es inocua: empobrece el lenguaje, reduce la capacidad de elaboración simbólica y bloquea el pensamiento crítico.
Sin embargo, el humor sigue siendo una herramienta de resistencia cultural. Cuando es bien usado, puede denunciar lo absurdo del poder, desactivar discursos de odio, generar empatía o incluso sanar. En contextos de crisis, el humor puede ser lo único que permite sostener el alma colectiva. Como recordaba Tato Bores, “si no nos reímos de lo que pasa, estamos perdidos”.
Recuperar el humor inteligente es, por tanto, una tarea ética y política. No se trata de censurar el humor popular, sino de volver a apostar por formas de expresión que unan, conmuevan y hagan pensar.