La manipulación del temor colectivo por parte de élites, gobiernos y medios de comunicación se erige como el mecanismo más efectivo para someter la voluntad de la población, reordenar sistemas sociales y perpetuar estructuras de dominio, todo ello con la complicidad involuntaria de las propias víctimas.
Desde tiempos inmemoriales, el proyecto de la dominación perfecta ha encontrado en el miedo su instrumento más eficaz. No se trata de una teoría conspirativa, sino de una estrategia metódica: las élites de poder, en colusión con grandes medios de comunicación, utilizan el miedo como palanca para imponer restricciones, modificar comportamientos y lograr que los individuos acepten, e incluso defiendan, condiciones que van en contra de sus propios intereses. El objetivo final es el control y el disciplinamiento de la sociedad para canalizarla hacia los fines del poder.
La Ingeniería de una Sociedad Temerosa
El sueño de todo poder vertical es una sociedad de individuos aislados, constantemente buscando refugio en la seguridad que ese mismo poder promete proveer. Para lograrlo, no se necesitan multitudes dirigiendo; basta con infiltrar a los actores adecuados en posiciones claves—medios, educación, instituciones—para orquestar un control mental masivo. La esencia de esta coerción psicológica es su invisibilidad: la víctima de la manipulación actúa convencida de que lo hace por iniciativa propia, sin saber que es un instrumento.
El punto de apoyo de esta manipulación es universal: el miedo a la muerte. Todos compartimos el terror a perecer o a perder a un ser querido. Explotar este temor de forma inteligente permite controlar a medio planeta. Si se logra convencer a la población de que su vida está en peligro inminente, esta entregará su libertad a cambio de una promesa de seguridad.
Los Amplificadores del Terror: Medios y “Expertos”
Uno de los métodos más eficaces es la manipulación a través de la educación y, sobre todo, de los medios de comunicación. Estos actúan como grandes amplificadores de amenazas, siendo el terror su materia prima. Las noticias, convertidas en espectáculo, captan audiencias mediante la reproducción constante de peligros, muchas veces exagerados o “convenientemente cocinados”. Esta esclavitud es objetiva: se nos bombardea diariamente con imágenes de violencia y crisis durante la cena, normalizando el estado de alerta.
Estas narrativas se nutren de ejércitos de expertos—médicos, sociólogos, criminólogos—vinculados a intereses políticos y económicos. Amenazas como pandemias, crisis climáticas o oleadas de delincuencia son often enmarcadas y magnificadas para que encajen en los objetivos estratégicos de quienes detentan el poder, ya sean corporaciones o Estados.
La Parálisis y la Espiral de Violencia
El miedo buscado es el que paraliza, el que nos hace retraernos y aceptar pasivamente un “ni modo” resignado. Esta inacción es tremendamente útil para el poder, pues la pasividad política señala la inexistencia de disidencias y garantiza la perpetuación de la desigualdad y la injusticia.
Sin embargo, a veces la reacción no es la parálisis, sino la confrontación violenta. En este caso, el miedo y la violencia se fusionan en un mismo eje. Cuanto más se consolida el privilegio de unos pocos, más miedo hay a perderlo y más se reclama disciplina y seguridad frente a los excluidos. Este miedo, a su vez, legitima la exclusión y exagera la peligrosidad del “otro”, lo que conduce a una mayor demanda de represión estatal.
Se crea así una espiral demoledora: la violencia del Estado, presentada como única solución, se convierte en un elemento integrador (creando empleos de policías, soldados, carceleros) que aumenta la vigilancia sobre la sociedad. El miedo, por tanto, alimenta directamente la maquinaria de violencia que sustenta la misma desigualdad que lo generó. Esto evidencia que el Estado, en esta dinámica, no opera para la sociedad, sino contra ella, mediante la difusión del miedo y la gestión de la violencia.
Un Instrumento de Dominio Multiusos
El miedo, tenga o no base real, ha demostrado su utilidad para:
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Perseguir a disidentes.
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Enriquecer a sectores económicos específicos (como el complejo industrial-militar o el farmacéutico).
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Legitimar el aumento del gasto en “seguridad”.
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Mantener privilegios y estructuras sociales injustas.
En definitiva, el miedo se revela por lo que es: un instrumento de dominio y control social, un arma del poder.
Frente a esta realidad, la salida no es la ausencia de miedo, sino su conquista. Como bien dijo Nelson Mandela: “Aprendí que el coraje no era la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre él. El valiente no es quien no siente miedo, sino aquel que conquista ese miedo”. El antídoto contra la dominación es la conciencia, el pensamiento crítico y la solidaridad que nace de vencer el temor que nos aísla y debilita.