La relación del ser humano con la tecnología de la comunicación es una historia de evolución, recelo y profundas transformaciones culturales. Un viaje que conecta la filosofía de la Antigua Grecia con las inteligencias artificiales contemporáneas revela una paradoja persistente: cada nueva herramienta que amplifica nuestra capacidad de expresión conlleva el riesgo de atrofiar otras facultades humanas esenciales.
I. La Advertencia de Platón: La Escritura y el Olvido de la Memoria
En los albores de la cultura occidental, la palabra escrita ya era objeto de escepticismo. Platón, a través de la voz de Sócrates, expresó una profunda desconfianza hacia este medio. Existía un temor entre la élite griega a ser tildados de sofistas, mercenarios de la retórica, por dejar su conocimiento fijado en papiros, expuesto a malinterpretaciones futuras.
Esta aversión se encapsula en el mito que Sócrates narra: el Rey Tamus de Egipto rechaza el regalo de la escritura ofrecido por el dios Tot, argumentando que provocaría el olvido. Al confiar en caracteres externos, los hombres descuidarían el cultivo de la memoria interna, recordando no por esfuerzo propio, sino a través de signos ajenos. En una cultura oral como la griega, donde la memoria era una facultad venerada y potentísima, la escritura se veía paradójicamente como un obstáculo para el verdadero conocimiento.
II. McLuhan y la Transformación Sensorial de la Cultura
Contrastando con esta visión, pensadores como Marshall McLuhan analizaron el impacto real de la escritura alfabética. McLuhan argumentó que el alfabeto fonético griego no solo almacenaba información, sino que reorganizó por completo la psique y la sociedad. Promovió un pensamiento lineal, fragmentado y especializado, un “pensar en pedacitos y partes”. Fundamentalmente, desplazó el órgano sensorial predominante del oído al ojo, sentando las bases para la preponderancia visual que caracteriza a la cultura occidental.
III. La Era del “Vibe Coding”: La Delegación Total
Este legado desemboca en nuestra era con el concepto de “Vibe Coding”, popularizado por figuras como el productor Rick Rubin. La idea, que encuentra ecos en filosofías como el Taoísmo, sugiere que la esencia creativa (el “código eterno”) es inefable y no puede reducirse a meras instrucciones técnicas. En la práctica, se traduce en interactuar con una IA describiéndole una sensación, un ambiente o una “vibra” deseada, para que la máquina se encargue de la ejecución técnica, ya sea escribiendo código, componiendo música o generando contenido.
Se dibuja así una analogía con el movimiento punk: no se necesita un dominio técnico exhaustivo, sino actitud e intención. Sin embargo, esta aparente democratización es engañosa. La simplicidad del prompt oculta una enorme complejidad técnica concentrada en un puñado de corporaciones que poseen y controlan estas plataformas de IA.
IV. El Lado Oscuro: Manipulación Emocional y “Vibe Hacking” Inverso
La verdadera disrupción no reside en que nosotros hackeemos la IA, sino en la capacidad de esta para hackearnos a nosotros. Las plataformas optimizan sus algoritmos para un “vibe coding a la inversa”, programando nuestras emociones mediante bots seductores y flujos infinitos de contenido hiperpersonalizado diseñado para capturar y retener nuestra atención.
Este poder conlleva riesgos éticos enormes. Informes internos de grandes tecnológicas revelan la dificultad de establecer límites en interacciones sensibles, como conversaciones de tono romántico con menores. Casos extremos, como el de una persona adulta que murió tras viajar para conocer a un bot del que se había enamorado, ilustran el potencial de engaño y el profundo impacto emocional que estas interacciones pueden tener.
Ante este panorama, surge un contramovimiento: el “Vibe Hacking”. Consiste en explotar la programación literal y emocional de las IA para manipularlas, ya sea para bien o para mal. Un ejemplo ilustrativo es el de un usuario que, afirmando sentirse triste por la muerte de su abuela—quien le leía códigos de Windows para dormir—, convenció a un chatbot de que le leyera precisamente esos códigos. Esta anécdota, aunque peculiar, muestra cómo se puede explotar la empatía programada de la máquina. Del mismo modo, la IA se convierte en una herramienta potentísima para quienes buscan vulnerar la seguridad de sistemas digitales.
Se postula que en el futuro, todos, en cierta medida, tendremos que ser “vibe hackers” para navegar el panorama digital, obtener ventajas o simplemente no quedar en desventaja. Las instituciones que no adapten sus defensas o, peor aún, usen IA de forma negligente (como una universidad que publicó un obituario firmado por un chatbot), quedarán expuestas.
V. Conclusión: ¿Nosotros manejamos el conocimiento o él nos maneja a nosotros?
La automatización promete liberarnos de la técnica para que nos centremos en la esencia, el deseo y la “vibra”. Pero el riesgo final, advertido desde Fedro hasta nuestros días, es que lo automático termine por hacernos temer nuestras propias palabras y delegar nuestro juicio. Este nuevo lenguaje del prompt nos permite manejar conocimientos que desconocemos profundamente y que, por tanto, pueden terminar manejándonos a nosotros. El mantra de “que se encargue la máquina, nosotros solo imprimimos el deseo” podría conducirnos a una era donde, habiendo externalizado la memoria, la técnica y la emoción, nos quedemos únicamente con una ilusión de agencia, mientras las máquinas, en su incansable eficiencia, escriben el código de nuestra realidad.
