Por Cristian D. Adriani | Berisso Digital Investigación
Decíamos que el problema no es que existan “viejos chotos”, sino que cada vez hay menos jóvenes curiosos. Y eso no es culpa del año en que nacieron, sino de la fábrica de la distracción que los fabrica —en serie, como celulares.
Pantallas que piensan por vos
Las pantallas ya no solo muestran el mundo: lo fabrican.
Te dicen qué sentir, a quién odiar, qué es “cool” y qué es “inaceptable”.
Y lo hacen con una precisión quirúrgica: saben a qué hora te despertás, qué comés, cuándo te aburrís y cuánto resistís sin mirar el teléfono.
La inteligencia artificial no es peligrosa por lo que sabe, sino por lo que te hace dejar de saber.
Antes uno se distraía para descansar.
Hoy uno trabaja para poder distraerse.
Y el sistema lo celebra: mientras más distraído estés, menos cuestionás.
La distracción ya no es un error, es el modelo económico.
La rebeldía programada
Hay algo que suena a rebeldía en esta época, pero es un simulacro.
La rebeldía se volvió un producto más: viene empaquetada, con identidad visual, hashtags y discursos listos para repetir.
Las plataformas fabrican minorías, las inflan, las enfrentan y después las olvidan.
Y en ese proceso, los verdaderos conflictos —el trabajo, la educación, la soberanía alimentaria, la salud pública— desaparecen del radar.
Los adolescentes y adultos jóvenes reclaman causas legítimas, pero muchas veces lo hacen dentro del teatro que el algoritmo montó para ellos.
Y así, cada generación nueva cree estar cambiando el mundo, cuando en realidad apenas está rotando en el mismo carrusel digital.
Lo que no distrae, enseña
El desafío no es apagar las pantallas, sino reaprender a mirar.
A mirar con contexto, con historia, con conciencia de lo que costó que todo esto exista.
Porque no hay “avance” si no hay memoria, y no hay “futuro” si no hay base.
Mientras tanto, los viejos chotos siguen levantándose temprano.
Siguen sembrando, reparando, enseñando, curando.
Y lo hacen en silencio, sin wifi, sin filtros, sin necesidad de validación.
Son ellos quienes mantienen el pulso de lo que aún nos permite llamarnos sociedad.
Y cuando ellos no estén —porque todo pasa—, el silencio será tan profundo que recién ahí muchos entenderán que la distracción también tiene consecuencias: te roba el tiempo, pero sobre todo, te roba el sentido.