El peso de los secretos familiares
Toda familia tiene sus secretos, sus habitaciones cerradas con llave y sus historias que se susurran en voz baja. Son puertas que, una vez abiertas, no pueden volver a cerrarse. Pero pocas veces un secreto familiar se manifiesta de una forma tan tangible y aterradora como en el caso de Mara y su tío político, Ángel, a quien todos llamaban “Baloya”.
Esta es la historia real de cómo el dolor de un padre por la pérdida de su hijo abrió una puerta a algo inexplicable. Es una crónica de obsesión, de mensajes fantasmales que trascendieron el tiempo y la tecnología, y de un misterio que conectó un simple mueble con una presencia siniestra. A continuación, desglosamos los hallazgos más impactantes de una historia cuyos ecos aún resuenan en los pasillos de una casa vacía en Berisso.
El legado maldito de la mesita de luz
Lo que comenzó como un simple mueble de dormitorio se convirtió en el nexo de una serie de eventos paranormales. La mesita de luz del tío Baloya no era un objeto común; era un testigo y, quizás, un catalizador.
Fue el objeto que causó la muerte del tío Baloya en 2008. Aquejado por una fuerte gripe, se tropezó en la madrugada y golpeó su cabeza fatalmente contra una de sus puntas, lo que le provocó una hemorragia cerebral semanas después.
Antes de ser desechada por el dolor que le causaba a la tía, Mara revisó su cajón. Dentro encontró una hoja de papel arrancada de una libreta con una sola palabra escrita en una caligrafía extraña: “Acá”.
El evento más aterrador ocurrió en la casa de la familia que recogió el mueble de la calle. Su hijo de 3 años se golpeó la cabeza exactamente en la misma punta que el tío. No solo eso, el niño se resbaló con un charco de sangre fresca que, inexplicablemente, brotó desde debajo de la mesita. Por suerte, solo fue un susto y al niño le dieron algunos puntos de sutura.
No se trataba solo de una coincidencia macabra; era una simbiosis aterradora. El mueble que albergaba el mensaje escrito (“Acá”) ahora producía una manifestación física y violenta en el mismo punto del impacto fatal, como si el objeto mismo se hubiera convertido en un ancla para la entidad, capaz de sangrar la memoria de su tragedia.
“Acá”: El mensaje de una sola palabra que lo conectaba todo
La palabra “Acá” se convirtió en el hilo conductor que unía todos los fenómenos inexplicables. Su aparición anómala en múltiples medios demostró la existencia de una presencia inteligente y persistente que intentaba comunicarse.
• La nota escrita: Fue el primer hallazgo, encontrada en el cajón de la fatal mesita de luz.
• La psicofonía: Al escuchar el casete número seis de las grabaciones del tío, se oyó una voz, descrita como “metálica pero muy clara”, que pronunciaba la misma palabra.
• Las interferencias de video: Durante los momentos de “lluvia” o interferencia en los DVDs pornográficos que el tío escondía, la misma voz clara se escuchaba de fondo diciendo “Acá”.
• El libro marcado: Al revisar la vasta colección de libros del tío, encontraron la palabra “Acá” escrita en la página de uno de ellos, con una caligrafía que no parecía ser la suya.
La repetición sistemática de este mensaje en formatos tan dispares —papel, audio analógico, video digital y texto impreso— descarta la simple coincidencia. Apunta a un contacto deliberado y siniestro, una firma dejada por la entidad que el tío Baloya había contactado.
El cuarto prohibido: Un portal abierto por la obsesión
Durante años, en la enorme casa de Berisso, existió un misterio: una habitación que siempre permanecía cerrada con llave. Estaba terminantemente prohibido entrar, y solo el tío Baloya tenía acceso. La familia tardó años en descubrir su verdadero y escalofriante propósito.
Tras la muerte del tío, se supo la verdad: en ese cuarto tenía “equipamiento o maquinaria específica para poder comunicarse con los muertos”. Su objetivo era uno solo, una obsesión que lo consumió por más de una década: contactar a su hijo Adrián, fallecido trágicamente en un accidente de moto en los años 90.
La acumulación de pruebas paranormales llevó a la familia a una conclusión aterradora, una que redefinió todo lo que creían saber sobre el duelo del tío.
…nos empezamos a preguntar si realmente mi tío había logrado contactar algo que evidentemente no era su hijo.
La evidencia que jugaba al escondite
Uno de los aspectos más desconcertantes y perturbadores del caso fue cómo las pruebas de la actividad paranormal aparecían y desaparecían a voluntad, como si una inteligencia jugara con los investigadores.
Tras escuchar por primera vez la psicofonía en el casete número seis, intentaron rebobinar la cinta para volver a oírla, pero la voz había desaparecido. Sin embargo, minutos después, mientras el reproductor seguía funcionando, la voz se manifestó de nuevo espontáneamente, diciendo “Acá, acá”.
Un patrón similar ocurrió con las interferencias en los DVDs. El amigo de Mara, Marcos, fue el primero en notar que durante momentos de “lluvia” se escuchaba la misma voz anómala. Pero cuando intentaron revisarlos juntos para encontrar esas anomalías, estas se habían desvanecido por completo. Más tarde, viendo los discos sola, Mara volvió a experimentar el fenómeno, que finalmente pudo mostrarle a Marcos en otra ocasión.
Este comportamiento sugiere que no se trataba de simples grabaciones residuales. La entidad no era un eco pasivo, sino una presencia activa que parecía tener control total sobre cuándo, cómo y a quién se manifestaba, haciendo que la evidencia fuera tan elusiva como aterradora.
El giro final: ¿Y si no era su hijo?
A medida que las piezas del rompecabezas encajaban, la familia llegó a la teoría final, la más oscura de todas. La naturaleza de los eventos era demasiado siniestra para atribuirla al espíritu de un ser querido.
Llegaron a la conclusión de que la obsesión del tío no lo había reconectado con Adrián. En su lugar, creían que “había invocado un demonio tratando de encontrar a mi primo”. Sostenían que el espíritu de su primo descansaba en paz, y fue la incesante búsqueda de Baloya lo que atrajo a otra cosa, una entidad que quizás se disfrazaba de su hijo.
Esta teoría arrojó una nueva sombra sobre la muerte del tío. Aunque oficialmente fue catalogada como un accidente, la familia comenzó a dudar. Se preguntaron si su caída fue realmente una simple casualidad o si fue la consecuencia final de haberse “metido con cosas que desconocía”.
Conclusión: Las puertas que nunca se cierran
La historia del tío Baloya es un sombrío recordatorio de que la búsqueda de respuestas en el más allá, impulsada por el dolor más profundo, puede desatar fuerzas que están más allá de nuestro control y comprensión. Lo que comenzó como el intento de un padre por escuchar una última vez la voz de su hijo se convirtió en una serie de eventos anómalos que marcaron a toda una familia.
Aunque la mayoría de la evidencia —casetes, fotos y libretas— fue entregada a las llamas en un intento por purgar la conexión, algunas puertas se resistieron a cerrarse. Los libros, testigos mudos del saber prohibido que buscó su tío, fueron perdonados y donados, un último eco de la historia que ahora yace en los estantes de una biblioteca pública. El misterio permanece.
¿Qué fue lo que realmente respondió a la llamada del tío Baloya desde el otro lado, y qué sucede cuando la respuesta a tu dolor es algo mucho peor que el propio vacío?