Por Berisso Digital Investigación


Introducción

El 29 de junio de 1987, la tumba del expresidente Juan Domingo Perón, ubicada en el Cementerio de la Chacarita, fue profanada. Las manos del cuerpo embalsamado fueron amputadas y desaparecieron junto con otros objetos personales, como su gorra militar y un sable. Días más tarde, llegaron cartas extorsivas firmadas con el nombre “Hermes IAI y los 13”, que exigían ocho millones de dólares a cambio de la devolución.

El hecho estremeció a la sociedad argentina. Aunque hoy muchos lo recuerden con morbo o lo reduzcan a una anécdota macabra, el episodio encierra una dimensión mucho más profunda: fue una herida simbólica en el corazón del poder político argentino y un espejo de las tensiones institucionales de los años ochenta.


Un país en transición

A mediados de los años ochenta, la Argentina atravesaba una compleja transición. Había recuperado la democracia en 1983, tras siete años de dictadura militar. El gobierno de Raúl Alfonsín enfrentaba desafíos enormes: una economía en crisis, juicios a las Juntas, levantamientos militares y un sistema político frágil.

En ese contexto, la figura de Perón seguía siendo omnipresente. A más de una década de su muerte, su legado político y emocional aún marcaba el pulso del país. El peronismo estaba dividido, pero seguía siendo la fuerza popular más influyente. Atacar los restos del General era, por tanto, mucho más que un acto de vandalismo: era una provocación cargada de mensaje.


El crimen y el misterio

Cuando los trabajadores del cementerio hallaron la bóveda violentada, el escenario era escalofriante. Los vidrios estaban rotos, el blindaje había sido perforado con precisión y faltaban elementos personales del féretro. Pero lo que conmocionó a todo el país fue la ausencia de las manos del líder.

Las pericias determinaron que el corte fue hecho con instrumental quirúrgico o de alta precisión. No se trató de un robo improvisado. Los autores sabían cómo acceder a una bóveda reforzada y cómo evitar la alarma del cementerio.

Semanas después, una carta mecanografiada llegó a la sede del Partido Justicialista. Decía: “Con fecha 10 del corriente mes y año, el grupo al cual represento procedió a retirar o amputar las manos de los restos de quien en vida fuera el Teniente General Juan Domingo Perón”. Firmaba “Hermes IAI y los 13”.

El mensaje incluía una cuenta bancaria suiza y exigía ocho millones de dólares a cambio. Nunca se pagó. Y las manos jamás aparecieron.


Muertes, silencios y encubrimientos

El caso, lejos de aclararse, se oscureció con el tiempo. Murieron en circunstancias dudosas el juez de la causa, varios testigos y hasta funcionarios que tuvieron acceso al expediente. Parte del sumario judicial fue robado de los tribunales.

Nada de eso fue casual. En una Argentina aún infiltrada por los viejos servicios de inteligencia de la dictadura, la causa del robo de las manos de Perón se convirtió en un terreno peligroso. Las sospechas apuntaron hacia sectores de inteligencia, militares retirados y hasta grupos extranjeros. Ninguno fue condenado.


El poder de lo simbólico

¿Por qué las manos?
En la tradición política y simbólica, las manos representan la capacidad de hacer, de transformar, de ejercer el poder. Las manos de Perón evocaban su vínculo con el pueblo, su firma, su saludo, su construcción política. Cortarlas fue, en cierto modo, amputar el símbolo del poder popular.

Muchos estudiosos del tema coinciden en que se trató de un acto con una carga ritual. Un golpe directo al cuerpo simbólico del peronismo, justo cuando el movimiento buscaba reconfigurarse en la democracia. No fue solo una profanación, sino un mensaje: el intento de debilitar la figura mítica de Perón, incluso después de muerto.


Las sombras de la masonería y la logia P2

Entre las hipótesis más persistentes figura la posible vinculación con redes masónicas y la logia italiana Propaganda Due (P2), liderada por Licio Gelli. Gelli había tenido estrechos lazos con la Argentina y fue condecorado por el propio Perón en 1973 con la Orden del Libertador San Martín.

La firma del grupo profanador, “Hermes IAI y los 13”, no fue casual. “Hermes”, en la mitología griega, es el mensajero de los dioses, protector de los secretos y las transacciones ocultas. El número trece tiene significados rituales en ciertas logias esotéricas.

Algunos investigadores sostienen que el robo fue una operación simbólica o iniciática, vinculada a círculos de poder que combinaban intereses políticos, económicos y ocultistas. Aunque la Justicia nunca probó esta conexión, los indicios y coincidencias son demasiados como para descartarlos.


Un espejo de la Argentina profunda

El robo de las manos de Perón no fue solo un crimen. Fue también una radiografía de la Argentina de fines de los ochenta: un país dividido, herido y desconfiado. Un país donde lo político y lo esotérico, lo militar y lo económico, lo visible y lo oculto convivían en la misma trama.

En ese sentido, más que un episodio policial, el hecho se convierte en un símbolo de la impunidad y de la fragilidad institucional de la época. La mutilación del cuerpo del líder es también la mutilación del cuerpo político de la Nación.


Berisso y la memoria del peronismo

Berisso, con su historia obrera e inmigrante, fue uno de los escenarios donde el peronismo arraigó más profundamente. Desde sus frigoríficos y sindicatos, el eco de Perón fue parte del ADN local.

Por eso, mirar este suceso desde la perspectiva berissense implica rescatar su dimensión simbólica y pedagógica. Entender que lo que muchos jóvenes hoy mencionan como “una curiosidad de la historia” fue, en realidad, un ataque directo al sentido de identidad de millones de argentinos.


Conclusión

A más de tres décadas del robo de las manos de Juan Domingo Perón, el misterio sigue abierto. Nadie fue juzgado. Las manos nunca aparecieron. Las cartas firmadas “Hermes y los 13” quedaron como un enigma.

Sin embargo, lo esencial no es el morbo del caso, sino su significado: fue un atentado simbólico contra la memoria, contra la democracia y contra la construcción del poder popular.

Revisar este hecho hoy —sin burlas ni liviandades— es un acto de memoria y de responsabilidad histórica. Porque, en el fondo, lo que se intentó amputar no fueron solo las manos de un hombre, sino la huella de un proyecto político que aún sigue latiendo en la identidad argentina.


Berisso Digital Investigación
Serie: Memoria, poder y símbolos en la historia argentina

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