La Duda como Superpoder
Aceptamos ciertas “verdades” sobre el mundo casi como un software preinstalado en nuestra mente. Desde la forma de la Tierra hasta la finalidad del sistema educativo, asumimos estas ideas como pilares inamovibles de la realidad. Sin embargo, estas nociones fundamentales podrían no ser lo que parecen. Lejos de ser descubrimientos neutrales, es posible que fueran diseñadas con un propósito oculto.
Este artículo explora algunas de las ideas más impactantes y contraintuitivas extraídas de una profunda investigación sobre el origen de nuestra cosmovisión. Nos adentraremos en los cimientos de lo que nos enseñaron para descubrir por qué fueron construidos de esa manera.
¿Y si las bases de nuestra realidad fueron construidas para controlarnos en lugar de liberarnos?
1. Tu Educación No Fue Diseñada para Liberarte, Sino para Obedecer
De manera literal, el sistema educativo moderno fue creado por la Compañía de Jesús (los jesuitas). Esta estructura se formalizó a través de un documento conocido como el Ratio Studiorum, cuyo objetivo era unificar las materias que se impartirían en toda Europa.
La fase final de su implementación incorporó el “principio de autoridad” y masificó la instrucción. El propósito era abiertamente mecanicista: fue concebido para que la clase baja “ingresara en la fábrica y, especialmente en un principio, fuera a la guerra”. Lejos de ser un faro de iluminación, el sistema que conocemos nació con un propósito mecanicista: fabricar soldados y obreros, no pensadores libres. La sumisión no fue un efecto secundario, sino el objetivo principal. Lo más inquietante es que, según la investigación, los mismos arquitectos de este sistema de obediencia son señalados como los creadores de la doctrina copernicana y del calendario que rige nuestras vidas, tejiendo un tapiz de control mucho más amplio de lo que imaginamos.
2. La Tierra Esférica No Es una Teoría Científica, Es la Única Religión Universal
La idea de una Tierra esférica se enseña globalmente no como una teoría científica, sino como la “única religión verdaderamente universal”. A diferencia de otras creencias, esta doctrina se imparte por igual a católicos, judíos, islámicos, ricos y pobres, funcionando como la “creencia base” para la unificación global.
Esta unificación es un requisito indispensable para planes de ingeniería social a gran escala, como el “Project Blue Beam”, una supuesta falsa invasión extraterrestre diseñada para presentar a un nuevo mesías venido del “espacio exterior”, un escenario que solo es creíble si la humanidad entera ya acepta la doctrina copernicana.
“La doctrina copernicana se convirtió en la única religión verdaderamente universal, enseñada a católicos, judíos, islámicos, hindúes, ricos y pobres, lo que sirve como la creencia base para la unificación global de las religiones.”
3. El Objetivo es Que te Sientas Insignificante (Y se lo Enseñan a tus Hijos)
Así, la doctrina copernicana se revela no como un avance científico, sino como un “sistema destructor del espíritu”, diseñado deliberadamente para generar angustia existencial y miedo a la inexistencia. El mensaje de que somos una “mota de polvo” o un “mono en una roca voladora” en un universo vasto y sin propósito tiene un efecto claro: hace al ser humano más dócil y propenso a entregar sus libertades al Estado a cambio de protección.
Este adoctrinamiento no se limita a los adultos. El mensaje se inyecta de manera sistemática en programas educativos y dibujos animados dirigidos a los niños. Un ejemplo claro es la descripción que se ofrece en un programa juvenil, donde se nos presenta como un “alfeñique universal, una especie de nada nadando en la nada”. La verdadera perversión de este sistema es su crueldad calculada: en lugar de nutrir el espíritu de los niños, se les inyecta un veneno existencial, convenciéndolos desde la cuna de que su existencia es “miserable, inútil, insignificante”, una preparación perfecta para una vida de docilidad.
4. Los Científicos Más Famosos Tenían Pánico a la Idea de Ser el Centro del Universo
Resulta contraintuitivo que científicos de la talla de Edwin Hubble no rechazaran la idea de una Tierra central por falta de evidencia, sino por un profundo temor. Las propias palabras de Hubble revelan una resistencia emocional, no científica.
“La condición de ser del centro del universo… es una ‘posición no deseada’ e ‘intolerable’ que debe evitarse a toda costa… para escapar del horror de una posición única.”
Este pánico, según el análisis, no tiene raíces científicas, sino teológicas: un miedo arquetípico a ser juzgado por un “Dios castigador”. Esta aversión llevó a la élite científica a preferir un universo donde la humanidad no tiene un rol especial ni debe rendir cuentas, evitando así el “horror” de una posición privilegiada.
5. El Big Bang No Es Ciencia, Es un Cuento Jesuita sobre un “Huevo Cósmico”
El origen de la teoría del Big Bang se atribuye a George Lemaître, un sacerdote jesuita cuyo apellido significa “El Maestro”. Lemaître no la denominó como la conocemos hoy, sino como la “hipótesis del átomo primigenio” o, de forma más reveladora, “el huevo cósmico”.
Esta narrativa se presenta más como un mito o una obra de arte que como ciencia. Su propósito es ofrecer una explicación materialista sobre el origen del universo, llenando así el vacío espiritual dejado por la destrucción de las cosmologías tradicionales. En este caso, la ciencia no parece estar descubriendo una verdad objetiva, sino construyendo una nueva mitología para un mundo sin espíritu.
Conclusión: El Verdadero Poder de Cuestionarlo Todo
Las narrativas más fundamentales sobre nuestro mundo —desde nuestro origen cósmico hasta el propósito de nuestra educación— pueden ser herramientas de control diseñadas para generar un sentimiento de insignificancia y fomentar la obediencia.
En este contexto, el acto de cuestionar estas bases (lo que la fuente denomina “terraplanismo”) no se presenta como la búsqueda de una respuesta definitiva, sino como el “único anticuerpo contra la angustia existencial”. Al dudar, forzamos a la sociedad a volver a las preguntas más importantes: “¿Quién soy y por qué estoy aquí?”.
Quizás, la reflexión final debería ser esta: ¿Y si la pregunta más importante no es ‘cuál es la forma de la Tierra’, sino ‘quién se beneficia de que nunca te lo preguntes’?

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