La imagen que solemos tener de la antigüedad clásica está pulida por el mármol y la distancia. Pensamos en héroes de proporciones míticas, filósofos que caminaban envueltos en túnicas blancas debatiendo sobre el bien y la verdad, y democracias idealizadas donde ciudadanos virtuosos forjaban el destino de sus ciudades. Es una visión noble, inspiradora, pero dramáticamente incompleta.
Cuando nos sumergimos en los textos de quienes vivieron más cerca de esa época, como el gran cronista Plutarco, emerge un mundo mucho más extraño, complejo y, en ocasiones, brutalmente pragmático. Las decisiones de los grandes líderes y las leyes que moldearon a sus sociedades no siempre respondían a elevados ideales filosóficos, sino a necesidades crudas, a miedos profundos y a una lógica que hoy nos resulta desconcertante.
Este no es un viaje para confirmar lo que ya sabemos, sino para explorar el lado B de la historia. A través de las vidas de personajes legendarios, descubriremos costumbres y decisiones que desafían nuestras percepciones modernas sobre el poder, el matrimonio, la economía y la justicia. Prepárate para asomarte a un pasado que es, al mismo tiempo, la raíz de nuestro mundo y un territorio completamente ajeno.
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1. Casarse en Esparta: Un “rapto” ritual con novias de pelo corto y visitas secretas.
En la austera Esparta de Licurgo, el matrimonio no era una celebración pública de amor y unión familiar, sino un acto clandestino y ritualizado que hoy nos parecería más una operación encubierta que una boda. La ley establecía que el casamiento debía ser un “rapto”.
El proceso era extraordinario. Una vez “raptada” la novia —que no era una niña, sino una mujer en la plenitud de su madurez—, su madrina la preparaba para el encuentro. Le cortaba el cabello a raíz, la vestía con ropa y calzado de hombre y la dejaba a solas, recostada en un lecho de ramas en una habitación completamente a oscuras.
El casamiento era un rapto, no de doncellitas tiernas e inmaduras, sino grandes ya y núbiles. La que había sido robada era puesta en poder de la madrina, que le cortaba el cabello a raíz, y vistiéndola con ropa y zapatos de hombre, la recostaba sobre un mullido de ramas, sola y sin luz…
El novio, después de cenar sobriamente en su comedor público, se escabullía en secreto para visitar a su esposa. Pasaba un corto tiempo con ella y luego se retiraba discretamente para volver a dormir junto a sus compañeros de armas. Esta dinámica de encuentros furtivos podía extenderse por tanto tiempo que, según Plutarco, algunas parejas llegaban a tener hijos antes de haberse visto mutuamente a la luz del día. Para los espartanos, esta extraña costumbre tenía un propósito claro: ejercitar la continencia y mantener siempre vivo el deseo, evitando el hastío de una convivencia constante.
2. La primera ley de divorcio en Roma: Justa para él, imposible para ella.
Rómulo, el legendario fundador de Roma, no solo trazó los límites de la ciudad con un arado, sino que también estableció algunas de sus leyes más tempranas y duras. Una de ellas, concerniente al matrimonio, revela la estructura de poder profundamente patriarcal sobre la que se edificó la sociedad romana.
La ley permitía a un hombre repudiar a su esposa, pero solo por tres razones específicas y graves: si ella envenenaba a los hijos, si falseaba las llaves, un delito que atentaba directamente contra la autoridad y la seguridad del pater familias sobre su dominio, o si cometía adulterio. Si un hombre la despedía por cualquier otra causa, sufría un castigo económico severo.
Sin embargo, el punto más contundente de esta ley es su unilateralidad. Bajo ninguna circunstancia se le permitía a la mujer repudiar a su marido. Esta ausencia total de reciprocidad no era un descuido; era un pilar fundamental que definía el matrimonio romano primitivo como una institución donde la autoridad masculina era casi absoluta y el rol de la mujer estaba supeditado por completo a la voluntad de su esposo.
3. La frugalidad llevada al extremo: Catón el Viejo y su política sobre los esclavos ancianos.
Marco Porcio Catón, conocido como “el Viejo”, fue la encarnación de la austeridad romana. Despreciaba el lujo, la superfluidad y cualquier gasto que no tuviera una utilidad práctica inmediata. Esta filosofía la aplicaba a todos los aspectos de su vida, incluyendo la gestión de su propiedad más valiosa y, a la vez, más problemática para nuestra sensibilidad moderna: sus esclavos.
Catón no compraba esclavos por su belleza o por refinamiento, sino exclusivamente por su capacidad de trabajo. Los adquiría jóvenes y robustos para las labores del campo. Su pragmatismo se convertía en una crueldad helada cuando estos envejecían. Para Catón, un esclavo que ya no podía trabajar era un gasto innecesario, pues, en palabras de Plutarco, opinaba que “era preciso deshacerse [de ellos] para no mantener gente inútil”. Esta visión, que hoy nos parece monstruosa, es un reflejo de la mentalidad utilitaria romana llevada a su conclusión más lógica y deshumanizada, donde el valor de un ser humano estaba intrínsecamente ligado a su productividad.
4. El curioso método de Pericles para administrar su hogar: Vender todo al por mayor para comprar al por menor.
Pericles, el gran estadista que guio a Atenas durante su Edad de Oro, era uno de los hombres más ricos y poderosos de su tiempo. Sin embargo, en la administración de su hogar aplicaba un sistema tan meticuloso y rígido que exasperaba a su propia familia.
En lugar de consumir los productos de sus vastas tierras, Pericles implementó un método económico sorprendente: cada año, vendía toda la cosecha de una sola vez, al por mayor. Luego, con el dinero obtenido, compraba en el mercado, día a día, todo lo necesario para el sustento de su gran casa. Este sistema, según Plutarco, lo hacía “para no abandonar la hacienda paterna… ni ocuparse tampoco demasiadamente en ella”.
Este método, que no permitía lujos ni gastos espontáneos, revela una fascinante paradoja. El líder que supervisaba el inmenso tesoro imperial y financiaba el “repartimiento de los caudales públicos” para el pueblo, dirigía su propio hogar con una rigidez casi antidemocrática. Nos obliga a preguntarnos qué revela esto sobre la concepción ateniense de la vida pública frente a la privada, o si acaso reflejaba una profunda ansiedad por el caos fiscal en un hombre responsable de las finanzas de un imperio.
5. La terrible justicia de Bruto: El cónsul que ordenó ejecutar a sus propios hijos.
Poco después de la fundación de la República Romana, Lucio Junio Bruto, uno de sus primeros cónsules, se enfrentó a la prueba definitiva entre el amor paternal y el deber cívico. Sus propios hijos, Tito y Tiberio, conspiraron con otros jóvenes patricios para restaurar en el poder a los Tarquinos, los tiranos recién expulsados.
La traición fue descubierta, y los conspiradores, incluidos los hijos de Bruto, fueron llevados a juicio. Plutarco narra una escena de una severidad escalofriante. Mientras otros proponían el exilio, Bruto se mantuvo impasible. Llamó a sus hijos por su nombre para que se defendieran. Al no recibir respuesta, se dirigió a los lictores (los verdugos públicos) y les dijo: “Aquí nadie tiene ya qué hacer sino vosotros”.
Lo que siguió fue un espectáculo de justicia implacable. Ante la mirada de la multitud y de su propio padre, a los jóvenes les “rasgáronles las ropas, atáronles las manos a la espalda, y con varas hirieron sus cuerpos… hasta que los lictores los derribaron en el suelo, y con la segur les cortaron la cabeza”. Se dice que Bruto nunca apartó la vista. Su acto no fue visto como crueldad, sino como la manifestación sublime de una virtud que ponía la supervivencia de la República por encima de cualquier lazo de sangre, consolidando el nuevo gobierno sobre un fundamento de lealtad absoluta.
6. La solución más radical a una crisis de deuda: Solón cancela todas las hipotecas de Atenas.
Antes de que Solón llegara al poder, Atenas se encontraba al borde de una guerra civil. La brecha entre ricos y pobres se había vuelto insostenible. Los pequeños agricultores, ahogados por las deudas, perdían sus tierras y, en el peor de los casos, su propia libertad y la de sus familias, convirtiéndose en siervos de sus acreedores.
Elegido como legislador para mediar en la crisis, Solón tomó una de las medidas económicas más radicales de la historia. Con una sola ley, conocida como la seisachteia o “abolición de las deudas”, canceló todos los créditos existentes. Las hipotecas fueron anuladas, las tierras volvieron a sus dueños originales y aquellos que habían sido esclavizados por deudas recuperaron su libertad.
Los ricos montaron en cólera, pero Solón logró desactivar una revolución inminente. Su decisión contrasta brutalmente con muchas intervenciones económicas modernas, que a menudo rescatan a los prestamistas en lugar de aliviar a los deudores. Cabe preguntarse: ¿fue la seisachteia una forma de “flexibilización cuantitativa” para el pueblo? Su éxito al evitar una guerra civil nos obliga a cuestionar las prioridades de nuestras propias soluciones a las crisis de deuda.
7. La insólita tregua de Epaminondas: Victoria a cambio de treinta días.
Cuando Pelópidas, el gran general tebano, fue capturado y hecho prisionero por Alejandro, el tirano de Feras, su amigo y compañero de armas, Epaminondas, marchó con un ejército para rescatarlo. La reputación de Epaminondas era tan formidable que el simple avance de sus tropas aterrorizó al tirano.
Alejandro de Feras, sabiendo que no podía competir con la fuerza y la estrategia del general tebano, envió mensajeros para negociar. Lo que ocurrió a continuación desafía la lógica militar convencional. Epaminondas, que tenía al tirano a su merced, no buscó destruirlo, ni imponer una paz duradera, ni exigir un tributo. Su única condición fue una “tregua de treinta días”.
Durante ese breve armisticio, recuperó a Pelópidas y a otro prisionero, Ismenias, y sin más, se retiró con su ejército. ¿Por qué un general en la cima de su poder renunciaría a una victoria total por una tregua tan corta? La decisión de Epaminondas sugiere un cálculo que iba más allá de la simple conquista. Quizás priorizó la vida de sus amigos por encima de todo, o tal vez, en un acto de confianza casi mística, consideró que la tarea de castigar al tirano le correspondía a un poder superior, contentándose con haber cumplido su misión de rescate.
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La Eterna Complejidad Humana
Estas instantáneas nos obligan a cuestionar nuestras propias certezas. Condenamos la frialdad utilitaria de Catón, pero nuestras economías modernas operan bajo lógicas de productividad no tan distintas. Nos asombra la cancelación de deudas de Solón, pero vivimos en una era de crisis de deuda sin soluciones tan audaces. El pasado no es solo un espejo; es un interrogatorio a nuestro presente.
Estas costumbres y leyes, por extrañas que nos parezcan, revelan que las preocupaciones humanas fundamentales —el orden social, la gestión del poder, la estabilidad económica y las relaciones personales— son atemporales. Al observar sus soluciones, a veces brutales, a veces geniales, no solo aprendemos sobre ellos, sino que también nos vemos reflejados en un espejo distante que nos interpela.
Y esto nos lleva a una última reflexión. ¿Qué costumbre de nuestra era moderna crees que resultaría más incomprensible para un ciudadano de la antigua Roma o Atenas?
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