Hay nombres de civilizaciones que resuenan en nuestra memoria colectiva: Roma, Egipto, los Incas. Sus historias, grabadas en piedra y papiro, forman los cimientos de nuestro presente. Pero, ¿qué sucede con los imperios que se desvanecieron en las brumas del tiempo, aquellos cuyo legado fue borrado casi por completo, dejando tras de sí un eco de leyendas y preguntas sin respuesta?
En la encrucijada de Asia y Europa, donde las estepas se encuentran con las montañas del Cáucaso, floreció uno de estos grandes enigmas: los jázaros. Dominaron una vasta porción del mundo conocido, influyeron en el destino de continentes y luego, simplemente, desaparecieron. Aunque los registros históricos son escasos, su historia ha sido vívidamente imaginada en la ficción histórica, especialmente por el autor Marek Halter.
Nos adentramos en su novela, Los Jázaros, para descubrir cinco asombrosos “hechos” que mezclan historia con leyenda, revelando por qué este imperio perdido continúa cautivándonos.
1. Existió un vasto imperio judío en el corazón de Eurasia
Mucho antes del moderno estado de Israel, existió un vasto y poderoso imperio judío. No se ubicaba en el Levante, sino en el corazón del Cáucaso. En la narración de Halter, el Reino Jázaro, en su apogeo, se extendía desde el Mar Caspio hasta Kiev, una extensión enorme que lo convertía en una de las grandes potencias de la Alta Edad Media.
Este imperio no fue solo una curiosidad histórica, sino un actor geopolítico crucial. Con un poderoso ejército, los jázaros funcionaron como un escudo formidable que protegió durante mucho tiempo a Europa del avance musulmán desde el Oriente, cambiando el curso de la historia de una manera que rara vez se reconoce.
2. Eran un pueblo guerrero que eligió su fe
En la novela, se establece una distinción fundamental: estos no eran los judíos del exilio, los descendientes directos de los patriarcas de Sión. Eran un pueblo de las estepas, guerreros a caballo cuya identidad se forjó en el combate y la conquista. Su conversión al judaísmo fue una elección, no una herencia milenaria.
Como le explicó el anciano y sabio jagán Benjamín a su nieto José, el futuro rey, existía una diferencia fundamental entre su pueblo guerrero y los judíos de Israel.
Los hijos de Israel son los hijos de Abraham y de Moisés. También son los hijos de la Torá y del Exilio. Su historia es diferente a la nuestra. Ellos galopan por las palabras como nosotros galopamos en la estepa. Ellos son judíos desde hace miles de años, pero ya no tienen reino. Nosotros escogimos su religión hace menos de doscientos años, pero somos lo suficientemente fuertes y poderosos para que el emperador de Bizancio desee ser nuestro amigo…
3. La coronación real más peligrosa de la historia
Dentro de la novela, este increíble ritual es relatado por el enigmático “judío montañés” Efraím Yakubov, un personaje que encarna la memoria perdida del Cáucaso. Su vívido relato al protagonista, Marc Sofer, pinta un cuadro aterrador sobre la concepción jázara del poder: un mandato no garantizado, sino arrebatado al borde de la muerte y limitado por la propia palabra del rey.
Este ritual garantizaba que ningún monarca se aferrara al poder más allá de su tiempo y que siempre recordara la fragilidad de su mandato.
El día de la coronación, los jázaros conducían al futuro rey ante el pueblo. Dos hombres le pasaban una soga alrededor del cuello… ¡Así! Realmente apretaban. El tipo apenas podía respirar. Y después, ¿sabe qué? […] Mientras tenía el cuello oprimido y la lengua fuera, le preguntaban cuánto tiempo quería ser rey. Él debía decir una cifra: cinco años, diez, cuarenta… ¡Y hala, aflojaban la soga! Pero ojo, no era para tomárselo a broma. ¡Comenzaban a estrangularlo y no le formulaban la pregunta hasta que no empezaba realmente a asfixiarse! En esas condiciones, el futuro rey nunca se atrevía a decir un número elevado de años. Y si decía cuatro años, pasado ese tiempo, ¡se acabó! Si insistía en permanecer en el trono, hala, ¡lo degollaban!
4. Una conversión por supervivencia geopolítica
La novela postula que la decisión de los jázaros de adoptar el judaísmo no fue un simple capricho espiritual, sino una de las maniobras geopolíticas más brillantes de su tiempo. En la historia que el abuelo Benjamín le cuenta a José, el rey Bulán, artífice de la conversión, se encontraba en una posición precaria, atrapado entre dos superpotencias expansionistas: el Imperio Cristiano de Bizancio al oeste y los poderosos Califatos Musulmanes al sur.
Adoptar el cristianismo habría significado someterse a la influencia de Bizancio; abrazar el islam habría sido ceder ante los califatos. Bulán entendió que su pueblo nómada necesitaba una identidad unificadora para prosperar, pero sin ser absorbido. Al elegir el judaísmo, la religión de un pueblo sin un estado que lo respaldara, encontró un camino neutral. Esta decisión le permitió a Jazaria mantener su soberanía y posicionarse como una tercera fuerza independiente y respetada.
«”Los pueblos del sur son ricos y poderosos… Construyen palacios, ciudades y puertos. Sus sabios son muy inteligentes, inventan máquinas y leyes que aumentan el poder de sus reyes cuando éstos deciden firmar la paz o hacer la guerra. Y todos creen en un Dios único que los ayuda y los ampara… Mientras tanto, ¿qué hacemos nosotros, los jázaros? Estamos todo el día de aquí para allá… De este modo, por muy ricos que lleguemos a ser, siempre seremos pobres, nómadas e ignorantes…”»
5. Borrados deliberadamente de la historia
El misterio de la desaparición de los jázaros se profundiza en la novela cuando el protagonista, Marc Sofer, descubre en su investigación que no fue un simple desvanecimiento, sino un borrado deliberado. La narración de Halter sugiere que “rusos y soviéticos se habían esforzado en hacerlos desaparecer”, dejando muy pocos restos arqueológicos de este vasto imperio.
El ejemplo más trágico que Sofer encuentra es el de la gran fortaleza de Sarkel la Blanca, una de las ciudadelas más poderosas del reino jázaro a orillas del río Don. En la década de 1950, durante la era soviética, el área fue inundada para crear un embalse, sumergiendo deliberadamente bajo el agua uno de los testimonios más importantes de la civilización jázara. Este acto de supresión histórica plantea una pregunta inquietante: ¿por qué una historia tan poderosa fue objeto de un borrado tan sistemático?
Conclusión: El Viento de los Jázaros
Los jázaros, tal como los retrata Marek Halter, son un espectro en la historia. Un pueblo guerrero que construyó un imperio judío en las estepas, que desafió a los grandes poderes de su tiempo, y que luego se desvaneció como si nunca hubiera existido. Su legado sobrevive en fragmentos y, sobre todo, en la poderosa imaginación literaria.
Quizás la metáfora más bella de su desaparición se encuentra en la leyenda que el personaje Mijail Agarounov le cuenta a Sofer: la del “viento de los jázaros”. Es un viento que, según cuentan, no solo arrastra arena y polvo, sino también la memoria misma.
La leyenda dice que, cuando sopla el viento tempestuoso de los jázaros, arrasa con todo… el viento de los jázaros borra las huellas de todo lo que ha existido, tal como desaparecieron los propios jázaros. Tras él sólo queda el aroma del mar y la nostalgia del pasado.
La historia de los jázaros nos recuerda que el pasado no es un monolito inmutable, sino un paisaje de historias contadas y a veces olvidadas. ¿Cuántos otros relatos asombrosos como el suyo esperan aún ser redescubiertos en las páginas de un libro o bajo las arenas del tiempo?