Desde pequeños nos contaron un cuento reconfortante: que la justicia es ciega, que la ley trata a todos por igual y que la balanza siempre se equilibra. Pero, ¿y si esa idea no fuera una verdad universal, sino un mito cuidadosamente diseñado para domesticarte? Hoy vamos a explorar tres revelaciones de Aristóteles que desafían todo lo que creíamos saber sobre la justicia, obligándonos a mirar detrás de la venda.
Primera Verdad: La “Justicia Perfecta” es un Mito Diseñado para Controlarte
La noción de una justicia absoluta, eterna e intocable, no es una ley natural, sino una construcción humana. Este mito sobrevive no porque sea verdad, sino porque es conveniente. Es tan poderoso que ha logrado mantener bajo control a pueblos enteros, porque un estado no funciona si los ciudadanos perciben la ley como mero poder disfrazado de palabras. Necesitan creer que el juego es honesto, aun cuando los dados están cargados.
Esta idea explota una trampa psicológica conocida como la “falacia del mundo justo”: la convicción de que los buenos actos serán recompensados y los malos castigados. Esta creencia funciona como un narcótico que te adormece. Te convence de aguantar la injusticia con la esperanza de que “la balanza se moverá por sí misma”, impidiendo que luches o exijas tus derechos. Un trabajador convencido de que la paciencia traerá beneficios no se organiza en huelga. El mito no solo engaña; desactiva y paraliza.
“La creencia misma es la trampa porque si piensas que la justicia actúa sola no lucharás no te revelarás ni siquiera reclamarás”.
Segunda Verdad: La Justicia Nunca Fue Igualdad, Sino Proporción
Si el mito de la justicia perfecta es la trampa, el concepto de proporción es el mecanismo que la hace funcionar. Contrario a la creencia popular, Aristóteles nunca pensó que la justicia significara dar a todos exactamente lo mismo. Su concepto de justicia distributiva se basa en la proporcionalidad: dar “a cada cual lo suyo” según su mérito, contribución o rol. Por ejemplo, “un soldado que arriesga la vida merece más honor que quien nunca luchó”.
Esta idea es radical porque destruye la ilusión de una justicia ciega. Para ser proporcional, la justicia debe “mirar los rostros”, evaluar las diferencias y juzgar en consecuencia. Pero aquí surge la pregunta más incómoda: ¿quién decide qué cuenta como mérito? Esos juicios nunca están libres de sesgo, dejando la puerta abierta para que el poder mismo defina la justicia a su favor. La justicia jamás fue ciega; siempre tuvo ojos y siempre se inclinó hacia quien ocupa el trono.
Tercera Verdad: La Salida no es Esperar Justicia, es Forjar tu Propia Fuerza
Si aceptamos que la justicia externa es imperfecta y a menudo sirve a intereses ajenos, ¿qué nos queda? ¿El cinismo? Aristóteles proponía un camino distinto: si no puedes esperar una justicia perfecta desde afuera, debes forjar tu propia fuerza desde adentro. La solución no es esperar que el sistema te rescate, sino dar forma a tu vida dentro de un sistema defectuoso. Para ello, nos dio tres herramientas clave:
• Telos: Descubre tu propósito o fin natural. Cuando vives tu propósito verdadero, dejas de medirte con la balanza de otros.
• Areté: No te limites al “cultivo de la excelencia”; hazte tan hábil, tan disciplinado, tan firme en carácter que puedas exigir tu parte. La excelencia actúa como una palanca que inclina la balanza a tu favor, sin esperar que se nivele sola.
• Estrategia: Aprende a elegir tu arena. Si el sistema no es justo, no entres en todos los juegos que ofrece. Busca aquellos donde tu telos y tu areté creen la mayor ventaja.
“Aristóteles nunca prometió un mundo justo. Lo que ofrecía era una forma de vivir con sentido en un mundo injusto. Y eso es mucho más poderoso que el mito”.
Conclusión: ¿Seguirás Creyendo en la Venda?
Aceptar estas verdades no es tragedia, es despertar. La verdadera libertad no viene de esperar una justicia perfecta que nunca llegará, sino de aceptar su naturaleza imperfecta y enfocar nuestra energía en la acción, el propósito y la excelencia personal. Es dejar de ser pasivos y convertirnos en los arquitectos de nuestra propia vida.
Entonces, ¿sigues creyendo en la venda sobre los ojos, o los abrirás para vivir con la claridad que solo nace cuando el mito muere?