Entre los años 1835 y 1845, descoyunturadas de la metrópoli londinense y debido al desmoronamiento del Imperio español, las otrora Trece colonias británicas de Norteamérica vieron la oportunidad y se dieron a la expansión imperial hacia el oeste, voluntad que resultó en el desmembramiento y captura del territorio del norte de México, nación recientemente emancipada y ya bastante convulsionada por sus conflictos intestinos. Así, lo que empezó como un interés comercial por parte de los angloamericanos en el estado de Texas se convirtió en una subrepticia introducción de sus instituciones (ponemos por caso la esclavitud, ilegal en México), hasta concluir en una supuesta guerra de independencia (1835-1836) que culmina con la aceptación de la república independiente como nueva estrellita de la star spangled-banner diez años después. Posteriores escaramuzas orquestadas por el gobierno yanqui llevarán a México y los EE.UU. a la guerra en la que lograrán conquistar de México el resto de su norte, casi la mitad del territorio, cuyo extremo oeste constituía la perla más preciada: California.

Es innegable que este impulso imperial hizo del ahora Far West uno de los territorios más pujantes del capitalismo a nivel global y fue ese impulso creativo el que permitió que, por un conflicto de patentes, la incipiente industria cinematográfica se instalase allí, luego vienen la victoria en la Segunda guerra mundial, la expansión del modelo de consumo yanqui y la natural monopolización del sistema capitalista que permite que Hollywood –la americanskii kino-gorod que inspiró a Ayn Rand[1]– se convierta en la usina monopólica de producción de significados del mundo (quien escribe estas líneas confiesa que la concibe incluso como parte de su educación sentimental).

Cuando Hollywood se vuelva sobre su propia arqueología, volverá necesariamente al pasado virreinal y mexicano de California y como dijimos que se trata de la fuente de significaciones para el mundo moderno, por metonimia toda definición sobre el mismo se vuelve la norma del pasado americano previo a las independencias para el resto del mundo no yanqui.

El Imperio español, el quinto más extenso de la historia

Tomemos por caso la historia del Zorro, primero presentada como folletín pulp en 1919 (La maldición de Capistrano, de Johnston McCulley) y que luego inspirará en los años treinta las películas seriales de Douglas Fairbanks y, ya en los años cincuenta la serie de Disney protagonizada por Guy Williams, que sigue emitiéndose en la televisión argentina con gran éxito (a punto tal que ante su eventual levantamiento de la grilla, se suscitó la protesta de la audiencia). Si consideramos el universo de significados hispánico, opuesto al anglosajón germánico, bajo la estética de la recepción podemos pensar que una obra como Don Quijote presenta las contradicciones inherentes a la transición del régimen feudal al mercantilista, personificadas en la entre oposición Sancho Panza y el Quijote, aquél como tipo propio de la España del momento caricaturizada y el Quijote un personaje descentrado en el tiempo por su imaginación, que lo lleva a considerarse habitante del pasado perimido. Esa es la interpretación que nosotros consideramos puede aplicarse al momento y lugar de su escritura y que sin embargo va a variar en función de su recepción en el momento de cambio de eje del mundo latino al germánico: los idealistas alemanes verán en Quijote al individuo que sueña y se contrasta con el fondo de una España bruta y materialista.

Los estadounidenses siguen esa interpretación y como su universo interpretativo tiene su origen en el puritanismo, que separa y predestina el bien y el mal en los individuos y en el racionalismo teleológico del capitalismo, no pueden ver en una contradicción sino la victoria de uno de sus términos a costa de la destrucción del otro; por tal motivo recrean las figuras de Sancho y el Quijote, pasadas por el tamiz del idealismo alemán en El zorro, pero el Zorro/Quijote no puede ser sino enemigo del Sargento García/Sancho.

La escisión del Imperio Español en variados estados a lo largo y ancho del globo por medio de las guerras de independencia que se suscitaron en el siglo XX, implicaron la execración del pasado virreinal por parte de los nuevos estados fuera de la península, lo que significa un acotamiento de la experiencia histórica de los mismos: los americanos, los guineanos y los filipinos desconocen la historia previa a la independencia, la modelan según el criterio del vencedor cultural y llenan los espacios de su ignorancia con la recepción del universo simbólico hollywoodense. Sin embargo no significa esto que se haga una recepción acrítica de la época virreinal, plagada de inmoralidades como todo momento histórico, sino justamente permitirnos volver hacia ese pasado tan amplio (anteriormente hablamos de Mariátegui y del pasado incásico) que es el nuestro propio, como principio para deconstruir percepciones del mismo que no nos son propias; incluso así podríamos conocer y deconstruir también las de las otras naciones (decimos Rusia, por nombrar alguna, pero eso ya es otra historia).

[1] https://www.whitmorerarebooks.com/pages/books/2753/ayn-rand/hollywood-american-movie-city

 

 

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