En un artículo publicado en LA NACION del miércoles último, titulado Descartes, Perón y sus sagradas escrituras, el intelectual Hugo Gambini revive una saldada polémica con mi par chileno, suscitada alrededor de la interpretación del peronismo, y me reprocha no haber regalado a mi colega chileno “algo más actualizado” que escritos de Perón y de Cafiero. Mi posición es la siguiente: hoy, el peronismo es algo diferente de lo que fue en 1945 (del mismo modo que el varguismo, al que adscriben tanto Fernando Henrique Cardoso como Lula, también lo es), y la “identidad peronista” de un sector de la población va más allá del concepto de partido y de doctrina, esto es, del PJ y la “comunidad organizada”.

Gambini, que reclama actualización, no hace otra cosa en su nota que chapalear en el ayer, con una crítica caricaturesca del pensamiento de Perón, en general y, específicamente, en materia de integración de los países sudamericanos. Tiene todo el derecho, aunque su búsqueda de “párrafos sabrosos” -tal su expresión, como si se tratara de langostinos- tal vez no sea la más propicia para intentar encontrar una necesaria interpretación de las pasiones de aquel tiempo y, entre esa hojarasca, de la continuidad histórica de políticas de Estado fundamentales. Si se pesquisa con la pequeña lupa de la ausencia de prejuicios y se ponen en contexto las cosas sin el ácido de las digestiones mal hechas es más fácil encontrar expresiones que hoy, cuando ha transcurrido más de medio siglo, pueden sonar todavía útiles y premonitorias.

Gambini hace referencia a la influencia en el pensamiento de Perón del concepto de “nación en armas”, de Colmar von der Goltz. Efectivamente, esto es explícito. Lo que es difícil es encontrar a algún militar de su generación que no abrevara, en mayor o en menor medida, en esa fuente. Von der Goltz estuvo en la Argentina, con todo su prestigio de mariscal de la guerra franco-prusiana de 1870 (lo que hace algo absurdo responsabilizarlo por los desvaríos nazis, tan posteriores, tanto como que Gambini se sienta heredero de Castelli) y contribuyó a la formación de nuestros oficiales. En el pensamiento de Perón hay, pues, una inevitable influencia geopolítica.

Pero hay muchas otras fuentes relevadas por sus biógrafos que aquí sólo podremos enunciar: la de los intelectuales militares, como Mosconi, Savio, Marambio, Sarobe, Oca Balda, Baldrich, Vicat, Molina, Barrera y Storni. Representaban distintas corrientes de ideas, algunas de inspiración liberal. Por ejemplo: el general José María Sarobe, tal vez el más reconocido mentor de Perón, publicaba sus escritos a través de la Editorial Claridad, un espacio en el que participaban hombres de filiación socialista, como Alfredo Palacios, que compartía su vocación por la unidad latinoamericana. Otra fuente de ideas peronistas es la obra de Alejandro Bunge, uno de los fundadores de nuestra ciencia económica y cuyo libro Una nueva Argentina era lectura de cabecera para Perón.

Otros libros de cabecera de Perón eran las obras del filósofo Gustave Le Bon (que también ejerció un fuerte ascendiente intelectual entre los líderes de la revolución mexicana, especialmente en Lázaro Cárdenas). Sin duda, también tuvieron influencia en sus ideas las prácticas de otros movimientos nacionalistas populares latinoamericanos, como el cardenismo mexicano, el varguismo brasileño, el APRA peruano, de Haya de la Torre, y la experiencia boliviana de Toro y Busch. Al mismo tiempo, se nutrió con los escritos de los radicales de Forja, especialmente con los de Raúl Scalabrini Ortiz.

El concepto de independencia económica, la crítica al capitalismo y al comunismo y la importancia de una fuerte industrialización eran ideas de Getulio Vargas, que comenzó a difundir a partir de 1930. Lázaro Cárdenas manifestaba que la justicia social, una mejor distribución de la riqueza, la unidad de las clases trabajadoras y un Estado árbitro y regulador de la vida social constituían el meollo del ideario de la revolución mexicana. Los gobiernos de Toro y Busch en Bolivia forjaron una coalición estable entre militares y trabajadores (mineros) y esta convergencia política fue la base de la revolución boliviana de 1952.

También fue vital la impronta de la doctrina social de la Iglesia, de las encíclicas Rerum Novarum y Quadragesimo Anno, cuyo espíritu marca la constitución peronista de 1949. El gástrico Gambini podría ampliar estos conceptos consultando la obra del austríaco estudioso del peronismo Víctor Frankl, Der Peronismo und die Social-Enzykliken (en Zeitschriftf Politik, 1972). También se registran las influencias de las obras de monseñor Miguel de Andrea, que ya había desarrollado los conceptos de democracia económica y social y que había escrito dos libros que dejaron su impronta en la formación del pensamiento de Juan Domingo Perón, a saber, El catolicismo social y su aplicación y Justicia social, este último de 1943.

Sin embargo, para quien en enero de 1976, en la revista Redacción, que dirigía, publicaba un editorial en el que planteaba la ilegitimidad histórica del gobierno peronista, aun cuando había ganado las elecciones nacionales por amplio margen, aquellas lectura no ofrecen “párrafos sabrosos”. Es que, como reza la estrofa popular de la liturgia peronista, este Gambini no cambia de idea. No sea cosa de que, en una de ésas, se modernice.

Para sorpresa del señor Gambini las obras del filósofo católico francés Jacques Maritain, bien leídas y anotadas, también se encontraban en la biblioteca de Perón, que era ecléctica y de miles de volúmenes. Lo que sobrevivió a 1955 se puede consultar en el Archivo General de la Nación (Biblioteca de Juan D. Perón) y es posible leer las anotaciones o comentarios en los márgenes de algunos de los libros indicados en esta nota, realizadas de puño y letra por el mismo Perón.

Por último, según lo señala C. Buchrucker, Perón, siguiendo una interpretación bastante corriente en ese tiempo, tomó en serio los lemas socialistas de Alemania e Italia. Le parecían “socialismos nacionales” que, junto con el New Deal de Roosevelt y con el sistema soviético, integraban un amplio panorama mundial de expresiones particulares de una tendencia histórica global hacia formas socializadas: hacia el welfare state o Estado de bienestar, como se dijo después, en 1945. En este movimiento más o menos inevitable iban desapareciendo muchas instituciones típicas del capitalismo liberal.

Con todo el trabajo de relevamiento de orígenes del pensamiento de Perón realizado durante cincuenta años es, por lo menos, pobre decir hoy, en 2004, que el mentor de Perón fue Mussolini. Para el caso, podría utilizarse la florida fórmula del dirigente comunista de la Unión Democrática, Vittorio Codovilla, quien hablaba del “nazi-nipo-fasci-falanjo-peronismo”. Los historiadores imparciales -Tulchin, Potash, Rouquié- lo rechazan. Se trata de prejuicios que soportan mal la luz de los tiempos.

Escrito en la medalla

“Argentina, con América, para el mundo”. La emotiva frase fue elegida por Perón para acompañar la medalla conmemorativa de su asunción al gobierno, tras elecciones libres, en 1946. Pudo haber elegido cualquier otra expresión, pero su pasión integracionista le otorgó a ese aspecto de su futura gestión la supremacía. Durante el primer año de gobierno suscribió un ambicioso tratado de cooperación económica con el presidente chileno González Videla, que no fue ratificado por el Parlamento del país hermano. Como lo han establecido algunos estudios, las presiones antiargentinas del Departamento de Estado fueron tremendas durante aquellos años, conducentes a establecer un “cordón sanitario” en torno de nuestro país y a castigarlo por su neutralidad durante la Segunda Guerra Mundial.

Sobre este tema se puede consultar al doctor Hipólito Paz, canciller de Perón y su embajador en Washington hasta 1955. El tiene jugosas anécdotas e información sobre ese crítico período. Perón hizo todo lo posible por romper ese cerco y creyó ver la oportunidad en 1952, cuando en Chile y en Brasil volvieron al poder el general Ibáñez y Getulio Vargas. Había antecedentes: en 1929, Alejandro Bunge había promovido una Unión del Sud -frustrada por la crisis del año siguiente- y, en 1940, el tándem Pinedo-Prebisch había logrado un acuerdo de integración con Brasil que no pudo materializarse debido al inicio de la Segunda Guerra Mundial.

Aun conociendo aquellos antecedentes, Perón planteó que el principal era el Pacto del ABC (Argentina, Brasil y Chile), propuesto a principios de siglo por el canciller brasileño Rio Branco. En función de ello, denominó a su propuesta “Nuevo ABC”.

Los motivos por los que Brasil finalmente no participó son complejos y tienen que ver con las formas brutales de oposición que sufrió Vargas, que lo condujeron al suicidio. Lo que no se ajusta a la verdad es la afirmación de Gambini de que se trató de “una propuesta que estos gobiernos rechazaron”, pues el gobierno chileno suscribió el tratado, conocido como Acta de Santiago.

Un hecho histórico destacable de esa época fue el doctorado honoris causa entregado al presidente Perón por las autoridades comunistas que gobernaban la Universidad de Chile, en ocasión de un viaje realizado a ese país, mención para la que fue propuesto por el poeta Pablo Neruda.

La visita de Perón fue devuelta por el general Ibáñez y en los años siguientes se suscribieron acuerdos similares con Bolivia, Paraguay y Ecuador. Aun renga de la vital “pata” brasileña, la política de integración sudamericana de Perón fue uno de los rasgos más notables de su gobierno, y no es casual que muchos historiadores del Mercosur sostengan que esa propuesta del “Nuevo ABC” es su principal antecedente.

El señor Gambini se mofa de las teorías de Perón, que en los años 50 del siglo XX planteaba la necesidad de formar confederaciones continentales. Convengamos en que el lenguaje no es el de nuestra época y en que puede estar marcado por la reconocida influencia geopolítica. Sin embargo, lo que parece más importante es discutir la problemática de fondo.

El ideal de la unidad continental está hoy a la orden del día. Con todas sus alegadas deficiencias, el Mercosur ha sido la más importante iniciativa de integración económica de nuestros pueblos; para la Argentina, una verdadera tabla de salvación, pues a través de él canaliza un porcentaje sustancial de sus exportaciones.

El Mercosur ha sobrevivido duras crisis y se encuentra en una etapa de aceleración, en la que es de destacar el reciente acuerdo de libre comercio con la Comunidad Andina de Naciones. La perspectiva, proclamada por diversos líderes de la región, es la de avanzar hacia una unión sudamericana económica, política, social y cultural, que refuerce la paz imperante entre nuestros países y la democracia en cada uno de ellos y que nos presente como una entidad sólida ante los poderes mundiales.

En diciembre de este año, se firmará, en la ciudad de Cuzco, el acta que dará nacimiento a la Unión de América del Sur, concretando así los sueños de nuestros padres fundadores.

En ese proceso, es vital la integración de Chile, que ya tiene un convenio de libre comercio con el Mercosur. Los motivos por los cuales la hermana República de Chile no se transforma en miembro pleno de nuestra asociación son muy respetables y es de confiar que los acuerdos en marcha superen esta situación, tal como ocurrió con los países europeos que pudieron acceder a sus actuales grados inéditos de unidad.

En ese proceso, si hay algo innecesario es revolver pleitos del pasado y, más todavía, hacerlo sin demasiado apego por la verdad histórica. Lo que las grandes obras requieren son, precisamente, gestos de grandeza.

 

Fuentes: Rafael A. Bielsa / LA NACION

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