de la Era del Grotesco por Cristian D. Adriani
La conectividad permanente no implica mayor bienestar. Por el contrario, diversos estudios en salud pública y psicología advierten sobre el impacto negativo que el ecosistema digital genera en la salud mental. Ansiedad, trastornos del sueño, dificultades de concentración, depresión y soledad se vuelven problemas frecuentes, especialmente en poblaciones jóvenes. La lógica de la comparación permanente —potenciada por redes como Instagram o TikTok— fomenta una autoimagen deteriorada, expectativas irreales y frustración crónica.
Byung-Chul Han habla de “la sociedad del cansancio” y del “infarto del alma” como formas contemporáneas de colapso subjetivo: no hay un enemigo externo, sino una exigencia interna constante, una fatiga sin fin. Esta autoexigencia viene alimentada por el diseño mismo de las plataformas, que operan como adictivos dispositivos de recompensa intermitente.
En lo comunitario, la hiperconexión paradójicamente aísla. La vida digital no reemplaza la cercanía física ni la construcción de vínculos significativos. Como señala Eduardo Rinesi, “las tecnologías no crean comunidad, a lo sumo crean conexión”. El deterioro de las relaciones vecinales, el debilitamiento de la vida pública y la pérdida de espacios comunes (como clubes, plazas o centros culturales) son síntomas de una crisis más profunda: la fragmentación del lazo social.
