Berisso es una ciudad con una riqueza gastronómica única. La gran afluencia de inmigrantes durante el siglo XX dejó la huella de una sociedad heterogénea con diferentes costumbres, incluidas las culinarias. Existen hoy más de una veintena de colectividades que aportan su riqueza gastronómica manifiesta en la fiesta de las colectividades representando un valor cultural que pocas regiones ostentan. Nucleadas en las AAE (Asociación de Entidades Extranjeras) constituyen un escenario experimental único para tomar contacto con las particularidades gastronómicas de las más diversas regiones del mundo, como asi también bregar por la implementación de las buenas prácticas en estas producciones. (Nicolás Herrera, 2016)

Por otra parte, la pandemia aceleró el proceso de valoración de alimentos locales y artesanales, dado que poseen una menor huella de carbono e hídrica, además de un contexto de desarrollo territorial necesario. En este contexto se valoran las producciones locales de frutas y verduras, incluyendo todo a lo que hace a las políticas normativas, educación, mercado y ambiente, en este contexto es tendencia aunar esfuerzos para generar vínculos entre los distintos actores de la economía social y solidaria, sin perder de vista el anclaje territorial. Allí donde se combinan los productos locales, la cultura participativa y la comensalidad, teniendo en cuenta la soberanía alimentaria como un derecho adquirido de la población.

Cuando hablamos de derecho a la alimentación en relación a la soberanía alimentaria con enfoque territorial, referimos en forma directa a la importancia de la disponibilidad de los alimentos, en cantidad, calidad e inocuidad. (ONU-FAO)

Durante el período de la inmigración masiva, del que Berisso fue protagonista singular por su historia portuaria, en las tierras bajas de la isla y del monte costero, muchos de los pioneros cultivaron sus quintas de verduras, hortalizas, frutales y vides, aprovechando la cercanía de los mercados más importantes del país. La implantación de la vid americana bajo el sistema de parral se adaptó singularmente a las condiciones locales, dando como resultado un vino diferente por su aroma frutado y particular sabor, que es reconocido desde hace un siglo por la población de nuestra ciudad y región. Se cultivaron principalmente estos vinos tintos de uva americana o isabella, aunque también de ciruela, blancos y rosados. Entre las décadas del ‘40 y el ‘60 se llegaron a vender más de un millón de litros anuales. Hecho con esfuerzo y corazón, su elaboración fue siempre un proceso casero, buscando entonces seducir los paladares de los trabajadores de los frigoríficos y acompañar sus horas de descanso, tal como ahora nos acompaña, intenso testigo del trabajo y la cultura local.

Actualmente la producción es menor en volumen, pero mejor en calidad, dado que existe una Cooperativa del vino de la Costa que nuclea a los productores más importantes con asistencia permanente de la UNLP (Universidad Nacional de La Plata) y es reconocido desde al año 2013 por el INV (Instituto Nacional de Vitivinicultura) (Velarde y otros, 2013).

En este contexto, Berisso y su región cuenta las condiciones ambientales ideales para la producción de alimentos pasibles de agregado de valor y existen organizaciones que también pueden constituirse para el desarrollo de la experiencia empírica a nivel de la producción primaria tales como, el mercado de la ribera, la Escuela Agraria N°1, el CEA (Centro de Educación Agraria) de Berisso, el vivero municipal, quintas privadas que son parte de programas Prohuerta o no y otras organizaciones que pueden brindar experiencias de campo. En relación a la transformación y restauración, la casa de los inmigrantes en la calle Nueva York, nuclea a todas las colectividades extranjeras en una cocina comunitaria.

Por, esto y mucho más, Berisso es nuestro lugar en el mundo.

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