de la Era del Grotesco por Cristian D. Adriani
Las redes sociales han modificado radicalmente el ecosistema político. Lo que alguna vez se estructuró en torno a partidos, ideologías y proyectos de país, hoy se encuentra desplazado por la lógica del “like”, el trending topic y la microsegmentación de mensajes. La política se ha vuelto, en muchos casos, una experiencia performática, reducida a eslóganes virales, confrontaciones escenificadas y figuras mediáticas que apelan a la emoción antes que a la razón.
En lugar de promover una participación ciudadana informada, las plataformas tienden a amplificar los discursos más extremos o polarizantes, ya que son los que generan mayor interacción. Esta “emocionalización de la política” ha desdibujado los debates estructurales y ha fomentado una ciudadanía ansiosa, fragmentada y fácilmente manipulable. En contextos de crisis o incertidumbre, este fenómeno puede favorecer el surgimiento de liderazgos autoritarios, teorías conspirativas o simplificaciones peligrosas del conflicto social.
El vaciamiento ideológico se complementa con un exceso de imagen. La figura del dirigente se convierte en una marca, en un influencer que debe captar la atención más que construir consensos. En este marco, los grandes relatos colectivos pierden peso frente a micro relatos individuales que, si bien son valiosos en términos expresivos, carecen de capacidad estructurante. Lo público se reduce a lo espectacular, lo urgente desplaza a lo importante, y la capacidad de imaginar futuros comunes se ve severamente limitada.