Alberto Fesquet presenta un simple procedimiento que, más allá de la teoría, da la pauta de lo que sucede cuando eliminamos el aire del agua. “En un tubo caliente un poco de agua. Antes de hervir [observamos que] se desprenden numerosas burbujas de aire… Déjela enfriar sin agitar el tubo. Pruébela. ¿Qué diferencia nota con el agua aireada o corriente?”.
Según el experimento de Fesquet, cuando el agua pierde aire su gusto se distorsiona. Si llegase a suceder que por descuido el agua se quema hay que desecharla automáticamente. El sabor extraño que adquiere no se mejora agregándole agua fría. Tampoco si se deja enfriar, porque el aire que eliminó al ser sobrecalentada no se reincorpora con facilidad. Para que ello sucediera tendría que estar expuesta a la atmósfera en una gran superficie y por un determinado tiempo.
Por este motivo, entre los materos más exquisitos el agua de lluvia, que es la más aireada, es la elegida.
Extraído de Ricca, Javier. El Mate. Ed. Sudamericana, 2002