En nuestra ciudad, comprar y hacer explotar pirotecnia que genera ruidos molestos está prohibido. No hablamos de los fuegos artificiales que iluminan el cielo, sino de esos estruendos que sacuden a personas, animales y la tranquilidad de nuestros hogares. Estas normativas no son un capricho: existen porque protegen nuestra convivencia, nuestra salud y nuestra seguridad.
Validar la venta de pirotecnia ilegal no solo es irresponsable, es peligroso. Al adquirir estos productos de origen incierto, se pone en riesgo a toda la comunidad. No se conoce cómo fueron almacenados, en qué condiciones se comercializan ni si cumplen con las mínimas garantías de seguridad. Estas compras terminan alimentando un ciclo de ilegalidad que, tarde o temprano, genera tragedias.
La responsabilidad de frenar estas prácticas no es exclusiva de las autoridades. Muchos jóvenes están llenando las noches con explosiones, motocicletas ruidosas y música que ensordece. Estas conductas, que deberían ser corregidas, a menudo son avaladas o ignoradas por algunos adultos. Esa indiferencia es un mensaje tan dañino como el ruido mismo.
El impacto del ruido es real y devastador. Personas mayores, bebés, quienes padecen trastornos neurológicos o problemas de salud relacionados con la sensibilidad al sonido, sufren en silencio. La pirotecnia no es una diversión inocente; es un problema que afecta tanto a quienes lo reconocen como a quienes prefieren mirar hacia otro lado.
Cuando los hospitales no reportan incidentes graves, no significa que no hubo problemas. Los daños físicos y emocionales muchas veces no se ven de inmediato, pero están ahí. Los medios no siempre muestran toda la realidad, y confiar ciegamente en lo que dicen es ignorar una parte del problema.
El equipo de Control Urbano hace un esfuerzo enorme, pero no puede hacerlo solo. En una ciudad con más de cien mil habitantes, un puñado de inspectores no es suficiente para garantizar el cumplimiento de las normas. Por eso, la solución no está solo en las manos de ellos, sino en las nuestras. Cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de cumplir y hacer cumplir las leyes que nos protegen a todos.
El problema no se resuelve con normativas locales si no se enfrenta desde su raíz. Mientras algunos viajen a distritos vecinos a comprar pirotecnia, y los distribuidores mayoristas sigan operando sin restricciones, estas prácticas continuarán. Es necesario atacar el problema desde su origen, no solo contener sus consecuencias.
Somos una comunidad de más de 70.000 adultos en Berisso. Educar y guiar a los 15.000 adolescentes que están creciendo aquí no es una opción, es una obligación. Si enseñamos con el ejemplo, priorizando el respeto y la empatía, podemos construir una sociedad más justa y consciente.
El ruido extremo y la indiferencia no pueden ser los pilares de nuestra convivencia. Somos vecinos, compartimos los mismos espacios, y eso nos obliga a cuidarnos mutuamente. Es momento de elegir qué tipo de ciudad queremos: una donde reine el ruido y el caos, o una donde el respeto y la armonía sean nuestras principales herramientas.
Hoy, más que nunca, necesitamos actuar. Cambiar comienza por nosotros mismos, y el respeto por el otro es la base de cualquier transformación verdadera.

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