Los especialistas alertan de un fenómeno preocupante: el cáncer colorrectal en menores de 50 años crece a nivel global, con diagnósticos cada vez más frecuentes incluso antes de los 30. Un reciente estudio publicado en Nature sugiere un posible vínculo entre infecciones por Escherichia coli en la infancia y este aumento. Hablamos con la Dra. Maite Herráiz, especialista en cáncer gastrointestinal de la Clínica Universidad de Navarra, para analizar las implicaciones de este hallazgo.
El estudio que podría cambiar el paradigma
Dirigido por el biólogo Marcos Díaz Gay (Universidad de California), la investigación identificó en tumores de pacientes de 11 países una firma mutacional asociada a la colibactina –una toxina producida por ciertas cepas de E. coli–, más frecuente en jóvenes. Esto apuntaría a que infecciones infantiles podrían desencadenar procesos cancerígenos décadas después.
Dra. Herráiz, ¿confirma la clínica este aumento de casos en jóvenes?
“Absolutamente. En las últimas décadas, la incidencia en menores de 50 años ha crecido, aunque sigue siendo menor que en adultos mayores. Factores como dieta, sedentarismo o genética explican parte del fenómeno, pero la posible relación con patógenos como E. coli abre una nueva línea de investigación”.
Colibactina: el posible eslabón oculto
La toxina tiene propiedades mutagénicas, pero la Dra. Herráiz advierte: “Aunque estudios preliminares la vinculan con daño en el ADN, aún no podemos afirmar que sea una causa directa. Necesitamos más datos para entender su papel en la microbiota intestinal y su interacción con otros factores de riesgo”.
¿Qué otros elementos podrían influir?
“El consumo de ultraprocesados, alcohol y tabaco; el síndrome de Lynch (genético); e incluso el uso excesivo de antibióticos en la infancia, que altera la flora intestinal. Es una ecuación multifactorial donde la bacteria podría ser un componente más”.
Detección y prevención: desafíos pendientes
Actualmente, identificar cepas de E. coli productoras de colibactina requiere técnicas complejas (PCR específicas) no disponibles en la práctica clínica habitual. Sin embargo, la experta destaca medidas accesibles:
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Dieta rica en fibra (frutas, verduras, cereales integrales).
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Ejercicio regular y evitar obesidad.
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Uso racional de antibióticos, especialmente en niños.
“Si se confirma el vínculo, podríamos desarrollar probióticos o terapias dirigidas a modular la microbiota”, añade.
Próximos pasos: cautela y esperanza
La investigación avanza hacia estudios más amplios que analicen:
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La prevalencia de estas cepas bacterianas en poblaciones diversas.
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Cómo interactúan con factores ambientales.
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Posibles tratamientos para neutralizar su efecto.
“Es un hallazgo prometedor, pero aún no es concluyente –remarca la Dra. Herráiz–. Mientras, la mejor estrategia sigue siendo la prevención: estilo de vida saludable y seguimiento médico ante síntomas o antecedentes familiares”.
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